El Jardín de las Emociones



Había una vez un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde cada niño tenía un jardín especial en su corazón. La gente del pueblo creía que estos jardines florecían con emociones. Sin embargo, algunos niños no sabían cómo cuidar su jardín y eso a veces traía problemas.

Un día, un niño llamado Tomás descubrió que su jardín estaba lleno de flores marchitas. Al observarlo con atención, se dio cuenta de que las flores eran colores oscuros: gris, negro y marrón. Confundido, se acercó a su vecina, Doña Lila, una amable abuela que siempre tenía buenos consejos.

"Doña Lila, ¿por qué mi jardín está tan marchito?" - preguntó Tomás, triste.

"Querido Tomás, eso indica que tus emociones no están bien cuidadas. Para que tus flores crezcan hermosas, debes aprender a entenderlas y respetarlas" - contestó Doña Lila.

Tomás no entendía del todo, así que Doña Lila decidió ayudarlo. Juntos se sentaron en un banco del parque y comenzaron a hablar sobre sus emociones.

"¿Qué sucede cuando sientes enojo, Tomás?" - preguntó la abuela.

Tomás pensó un momento y respondió: "A veces me siento como un volcán, listo a estallar."

"Eso es normal. La clave es no dejar que el volcán explote. ¿Qué podrías hacer en lugar de eso?" - sugirió Doña Lila.

"Quizás podría respirar hondo y contar hasta diez" - dijo Tomás, emocionado por la idea.

"Exactamente. Hay que darles un espacio a nuestras emociones, no reprimirlas, sino entenderlas. Así podrás cultivar un jardín lleno de colores hermosos" - explicó Doña Lila.

Al día siguiente, Tomás decidió poner en práctica lo aprendido. En la escuela, un compañero lo empujó mientras jugaban al fútbol.

"¡Eh, eso no se hace!" - gritó Tomás, sintiendo cómo el enojo comenzaba a crecer dentro de él. Pero entonces recordó las palabras de Doña Lila. Respiró hondo y dijo: "Quizás no fue intencional. Voy a preguntarle qué pasó".

Se acercó a su compañero y le preguntó con calma: "¿Estás bien?". El compañero, que se llamaba Lucas, pareció aliviado. "Lo siento, no te vi. Estoy un poco distraído" - respondió.

Tomás se sintió mucho mejor. Sabía que había manejado su emoción de una manera diferente. Esa noche, emocionado, volvió a ver a Doña Lila.

"¡Lo logré, Doña Lila! Hoy controlé mi enojo y hablé con Lucas" - dijo, lleno de alegría.

La abuela sonrió, "Eso es maravilloso, Tomás. Pero ahora, hablemos sobre la tristeza. ¿Alguna vez te sientes triste y no sabes por qué?" - preguntó.

Tomás asintió con la cabeza. "Sí, algunas veces me siento así, como si una nube gris pasara por mi jardín".

"Eso también es parte de la vida. A veces, compartir cómo te sientes con un amigo o hacer algo que te guste puede ayudarte a iluminar esa nube" - sugirió Doña Lila.

Con el tiempo, Tomás se convirtió en un gran jardinero de su propia emoción. Aprendió a respetar cada una de ellas, ya sea enojo, tristeza o alegría. Cada vez que se enfrentaba a situaciones difíciles, tomaba un momento para pensar y luego actuaba con respeto hacia sí mismo y los demás.

Un día, el pueblo organizó un festival donde cada niño debía mostrar sus jardines de emociones. Tomás estaba nervioso, pero también emocionado. Cuando llegó su turno, enseguida sintió cómo sus colores vibraban dentro de él.

"Hola, soy Tomás, y hoy les muestro mi jardín. He aprendido a cuidar mis emociones y les puedo asegurar que, aunque hay flores tristes, también hay muchas alegres" - dijo, sonriendo.

Los niños aplaudieron y a medida que Tomás compartía su experiencia, otros niños comenzaron a contar cómo también estaban cuidando sus propios jardines. En ese instante, el dolor y la alegría se mezclaron, creando un hermoso arcoíris de emociones en el corazón de todos los presentes.

Al final del festival, Doña Lila se acercó a Tomás y le dijo: "Has hecho un gran trabajo, Tomás. El respeto que mostrás hacia tus emociones es verdaderamente admirable" -.

Tomás sonrió, sintiendo que su jardín había florecido más que nunca. Así, en el pueblo de Arcoíris, las emociones se convirtieron en un símbolo de fortaleza y respeto, aprendiendo a florecer en los corazones de todos los niños. Y así, cada niño cuidó su jardín, creando un espacio donde las emociones podían brillar, creando un mundo más armonioso y lleno de colores.

Desde ese día, Tomás supo que cultivar su jardín emocional era un viaje continuo, pero estaba agradecido por tener a Doña Lila y sus amigos a su lado para compartirlo.

FIN.

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