El Jardín de las Emociones



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivían dos grandes amigos, Juana y Pedrito. Juana era una niña de cabellos rizados y sonrisa contagiosa, siempre llena de energía. Pedrito, en cambio, era un poco más reservado, con un gusto especial por el arte y la observación.

Un día, mientras paseaban por el parque, Juana notó que Pedrito parecía un poco triste. Su rostro estaba caído y su voz sonaba suave, casi como un susurro.

- ¿Qué te pasa, Pedrito? - preguntó Juana, preocupada - Te veo raro.

- Es que no sé dibujo bien como vos. - respondió Pedrito, frunciendo el ceño.

Juana hizo una mueca divertida para intentar alegrarlo.

- ¡Pero eso no importa! La belleza del arte está en la emoción que transmitimos, no en la perfección. - dijo, sonriendo con fuerza.

Esa misma tarde, decidieron jugar a un juego nuevo, llamado "El Jardín de las Emociones". Juana trajo colores, papeles y una hoja donde escribió las diferentes emociones: alegría, tristeza, enojo, sorpresa y miedo.

- Vamos a dibujar lo que sentimos, ¿te parece? - propuso Juana.

Pedrito dudó, pero finalmente aceptó.

Comenzaron a dibujar. Juana, entusiasmada, pintó un gran sol sonriente. Sus ojos brillaban y su cuerpo se movía con alegría mientras pintaba. En cambio, Pedrito, aunque seguía algo inseguro, decidió dibujar una nube gris con gotas de lluvia.

- Estoy un poco triste, así que esta es mi emoción ahora. - dijo mientras su tono de voz se bajaba.

Juana se acercó.

- ¡Eso está genial! Ahora, cuéntame más. ¿Por qué elegiste esa nube? - preguntó curiosa.

- Porque me siento igual de gris hoy… - dijo Pedrito, con una expresión de melancolía.

Juana pensó un momento y luego animadamente le dijo:

- ¿Y si le agregás un arcoiris? Así le damos un giro a esa emoción. ¡Las nubes también pueden traer colores! -

Pedrito sonrió a pesar de sí mismo. Cargó su pincel con colores vibrantes y comenzó a dibujar un arcoíris que se extendía justo debajo de su nube.

- ¡Sos muy buena para esto! - exclamó Pedrito, su tono de voz energizándose.

La tarde continuó con risas y sorpresas. Juana y Pedrito representaron diferentes emociones con sus dibujos. En un momento, Juana dibujó una cara enojada, con fuertes cejas y boca fruncida, mientras Pedrito la imitaba haciendo un gesto dramático. Ambos se rieron a carcajadas.

- A veces también tenemos enojo, y hay que soltarlo para seguir divirtiéndonos. - explicó Juana, moviendo los brazos como si lanzara energía.

Pedrito estaba fascinado. Con ese simple juego, aprendió a identificar sus emociones y se sintió mucho más ligero.

Las horas pasaron volando y, cuando el sol comenzó a caer, decidieron que era hora de volver a casa. Dicen que el arte es un camino para expresar lo que a veces no podemos decir con palabras, y ese día, Juana y Pedrito lo comprendieron.

- Gracias por ayudarme a expresar lo que sentía. - le dijo Pedrito con sinceridad, mientras juntos caminaban rumbo a sus casas. - Ahora sé que mis emociones son importantes.

- ¡Claro! Y siempre está bien sentir. - afirmó Juana. - Cada emoción es como un color en nuestro jardín.

Desde aquel día, cada vez que Pedrito se sentía triste, enojado o incluso asustado, sabía que podía compartirlo con Juana. Y así, su amistad creció más fuerte, como un hermoso jardín lleno de emociones.

Con el tiempo, ambos aprendieron a ver las emociones como una parte esencial de la vida, y nunca dejaron de compartir su arte y sus sentimientos. Las risas y los colores dibujaron un vínculo inquebrantable entre ellos.

Y así, Juana y Pedrito continuaron llenando su días de colores, aprendiendo que expresar lo que sentimos nos hace sentir libres y felices.

FIN.

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