El Jardín de las Emociones



En un colorido pueblo llamado Sentimón, donde cada casa tenía un color diferente, vivía una niña llamada Lía. Lía era una pequeña soñadora, siempre curiosa sobre las cosas que la rodeaban. Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, descubrió un misterioso sendero cubierto de flores brillantes.

- ¡Qué lindo lugar! - exclamó Lía, sin poder resistirse a seguir el camino. Al avanzar, las flores comenzaron a susurrarle: - ¡Bienvenida, Lía! ¡Aquí estamos tus emociones!

Lía se detuvo, sorprendida. - ¿Mis emociones? -

- ¡Sí! - dijeron las flores al unísono - Somos la alegría, la tristeza, el miedo y la rabia. Ven, queremos mostrarte nuestro jardín.

El jardín resultó ser un lugar encantado donde las emociones parecían cobrar vida. En la esquina, la Alegría era una mariposa multicolor que revoloteaba de flor en flor.

- ¡Hola, Lía! - gritó la Alegría. - ¿Quieres jugar con nosotros?

- ¡Sí, claro! - respondió Lía emocionada.

Comenzaron a jugar, y Lía se sintió ligera y feliz. Pero, al poco tiempo, se dio cuenta de que la Tristeza, una flor azul, se encontraba apartada, marchita y llorando.

- ¿Por qué estás sola? - preguntó Lía a la Tristeza. -

- La gente no me quiere ver, me ocultan en el alma - respondió la flor con una voz suave.

Lía se acercó. - ¡No deberías estar sola! Las emociones son parte de nosotros, y todas son importantes.

La Tristeza levantó la mirada. - ¿De verdad lo crees? -

- ¡Claro! Sin ti, no podríamos entender lo que es la Alegría.

La Tristeza brilló un poco más. - Está bien, quizás, sí, puedo intentar salir a jugar.

De repente, una sombra las cubrió. Era la Rabia, un árbol gigante que crujía al moverse.

- ¡No me gusta que me ignoren! - tronó la Rabia. - Todos siempre quieren correr de mí.

Lía suspiró al ver al árbol tan enfadado.

- ¿Qué te pasa, Rabia? - preguntó.

- ¡Me siento solo! - dijo la Rabia, mientras algunas hojas caían al suelo.

- No te olvides que la Rabia también tiene su razón de ser - explicó Lía. - A veces, nos ayuda a ponernos en movimiento o a poner límites.

La Rabia parpadeó, sorprendida. - ¿De verdad? -

- Sí, pero, como todas, hay que aprender a manejarte. Cuando la gente se siente abrumada, no sabe cómo expresarlo.

- Quizás debería dejarme un poco más sentir y no tanto reprimir - sugirió la Rabia timidamente.

- ¡Exacto! Y así, pueden jugar juntos, tan diferentes, pero tan necesarios.

Lía sonrió al ver que le estaba hablando a todas las emociones, invitándolas a unirse.

- Entonces, ¿jugamos todos juntos? - propuso.

Sin dudarlo, las flores comenzaron a danzar, la Rabia dejó caer algunas hojas en un baile divertido, y la alegría revoloteó a su alrededor. El jardín se llenó de risas y murmullos.

Con el tiempo, Lía se dio cuenta que, aunque a veces sentía cosas diferentes, todas las emociones eran hermosas y significativas. Cuando llegó la hora de volver a casa, Lía sintió que había aprendido algo especial.

- Adiós, amigas. Volveré a visitarlas pronto - prometió, mientras las flores y los árboles la saludaban.

Al regresar al pueblo, Lía decidió compartir su experiencia con sus amigos.

- Chicos, en mi aventura, descubrí algo muy importante: ¡Hay que abrazar todas nuestras emociones! - explicó Lía. -

Sus amigos la miraron curiosos.

- Pero ¿cómo hacemos eso? - preguntó uno de ellos.

- Pues debemos aprender a escuchar y entender lo que cada emoción siente. Podemos expresar nuestra alegría, tristeza, rabia y miedo de maneras que no lastimen a los demás.

- ¡Sí! - gritaron al unísono. -

Así, Lía y sus amigos empezaron a compartir sus experiencias sobre cómo se sentían. Pronto, el pueblo de Sentimón se convirtió en un lugar donde cada uno podía ser honesto con sus emociones. Las casas fueron pintadas con colores que mostraban sentimientos y cada día había un espacio para hablar y jugar sobre lo que sentían.

Y así, en aquel jardín mágico y colorido, Lía había aprendido que todas las emociones tienen un lugar en su vida, y que compartirlas la hacía más fuerte y feliz. Fin.

FIN.

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