El Jardín de las Emociones
En el pequeño pueblo de Colores, había un hermoso jardín en el que crecía una variedad de flores que representaban emociones. Cada color de flor tenía su propia magia y enseñaba a los niños algo sobre sus sentimientos.
Un día, una niña llamada Sofía decidió visitar el jardín. Era una niña curiosa, siempre había escuchado historias sobre sus plantas mágicas. Mientras paseaba por los senderos floridos, se encontró con un niño que lloraba junto a una flor azul.
- ¿Por qué lloras? - le preguntó Sofía, mirando la flor.
- ¡Esta es la flor de la tristeza! No sé cómo sentirme mejor - respondió el niño, que se llamaba Lucas.
Sofía, recordando lo que su abuela le había contado sobre el poder de las flores, le dijo:
- Tal vez deberías hablar con la flor. A veces, expresar lo que sentimos nos ayuda a sanar.
Lucas dudó un momento, pero luego se agachó frente a la flor y, con un suspiro profundo, comenzó a contarle sus problemas. Al poco tiempo, la flor azul brilló más intensamente y Lucas sonrió.
- ¡Gracias, Sofía! Me siento mucho mejor. ¡La tristeza se va cuando la comparto! - exclamó Lucas.
Continuaron su paseo y se encontraron con una flor roja que relucía con fuerza. Era la flor de la alegría y estaba rodeada de niños riendo y jugando.
- ¡Mirá, Sofía! - dijo Lucas con entusiasmo - ¡Vamos a jugar!
- ¡Sí! - respondió Sofía, uniendo sus manos en un juego de saltos y risas.
Al poco rato, el jardín vibraba de alegría. Pero, al terminar su juego, se dieron cuenta de que había una flor amarilla en el rincón, un poco marchita. Era la flor del miedo.
- ¿Por qué estará tan triste? - preguntó Lucas, acercándose a la flor.
- Quizás necesita un poco de compañía - sugirió Sofía.
- ¡Vamos a hablarle! - dijo Lucas, decidido.
Se arrodillaron frente a la flor amarilla.
- Hola, flor del miedo - comenzó Sofía - ¿por qué estás tan marchita?
La flor, temblando levemente, respondió:
- Tengo miedo de ser olvidada. Todos se enfocan en la alegría y la tristeza, pero yo no sé cómo mostrar mi valor.
Sofía, con una idea brillante, le dijo:
- ¡Tienes mucho valor! El miedo también es parte de nosotros, y hay que aprender a enfrentarlo en lugar de esconderlo.
- Eso es cierto - agregó Lucas. - Todos sentimos miedo alguna vez. Pero enfrentarlo juntos lo hace más fácil.
A medida que hablaban, la flor comenzó a recuperarse, brillando con un tono amarillo más intenso.
- ¡Gracias! - exclamó contenta. - ¡Ahora sé que no estoy sola!
Después de un tiempo en el jardín, Sofía y Lucas decidieron que debían ayudar a más flores. Así que hicieron un pequeño club llamado "Los Cuidados del Jardín", donde cada semana se reunirían para hablar sobre sus emociones y ayudar a las flores a florecer.
Un día, notaron que una flor verde, representando la esperanza, estaba apagada.
- Sofía, creo que la esperanza también necesita nuestra ayuda - sugirió Lucas.
- ¿Qué deberíamos hacer? - preguntó Sofía, apenada.
Ambos se sentaron cerca de la flor y comenzaron a contarle historias inspiradoras sobre sus sueños y aspiraciones, llenando el aire con palabras de aliento.
!
- ¡Gracias, amigos! - dijo la flor verde, abriendo sus pétalos lentamente - Ahora puedo florecer.
Poco a poco, el jardín comenzó a transformarse, cada emoción tenía su espacio y aprendía a coexistir. Sofía y Lucas aprendieron que no estaban solos en sus sentimientos y que compartirlos hacía que el peso fuera más ligero.
Así, en el pueblo de Colores, los niños aprendieron a cuidar de sus emociones, ayudando también a las flores a crecer, y el jardín se convirtió en un lugar mágico donde cada emoción tenía su voz y valor.
Desde ese día, el Jardín de las Emociones se convirtió en un símbolo de amistad y apoyo, donde todos los niños podían ir a aprender, reír, llorar y, sobre todo, crecer juntos en armonía.
Y así, Sofía y Lucas comprendieron que las emociones son un regalo y que, al compartirlas, las flores de sus corazones siempre florecerían.
FIN.