El Jardín de las Emociones
En una pequeña ciudad, había una escuela muy especial llamada 'El Jardín de las Emociones'. Allí, los niños aprendían no solo matemáticas y letras, sino también a conocer y expresar sus emociones. La maestra Rosa, con su gran sonrisa, era la encargada de guiar a los pequeños en esta aventura.
Un día soleado, Rosa decidió que era momento de hacer una actividad diferente.
"Hoy vamos a plantar semillas, pero no semillas comunes, ¡plantearemos emociones!" anunció.
Los niños miraron a Rosa con curiosidad.
"¿Semillas de emociones?" preguntó Tomi, un niño rubio de rulos.
"Sí, Tomi. Cada semilla representa una emoción. La felicidad, la tristeza, el miedo y la ira. Al cuidarlas, aprenderemos a conocerlas mejor", explicó Rosa.
Los niños comenzaron a elegir sus semillas.
"Yo quiero la de la felicidad", dijo Sofía, una niña con gafas.
"Yo voy a plantar la tristeza", añadió Lucas, un niño moreno que a veces se sentía un poco solo.
Con las macetas listas, Rosa dijo:
"Para que estas semillas crezcan, tenemos que regarlas con nuestras historias. Cuando sientan tristeza, alegría, ira o miedo, debemos hablar de eso y compartirlo. Solo así florecerán nuestras emociones."
Los días pasaron y las plantas comenzaron a crecer. Las emociones de los niños florecían junto a ellas. Un día, Lucas llegó a la escuela con la cara larga.
"¿Qué te pasa, Lucas?" preguntó Rosa.
"Me siento triste, nadie quiere jugar conmigo en el recreo", confesó.
La maestra sonrió y lo llevó hacia su planta de tristeza.
"Contale a ella lo que sientes, ella te escuchará", sugirió.
Lucas, un poco dudoso, se acercó y comenzó a hablarle a la planta. Para su sorpresa, se sintió mejor al sacar todo lo que tenía adentro.
"Gracias, plantita", le dijo con una sonrisa.
Esa tarde, Rosa organizó un juego en el patio. Los niños debían compartir cómo se sentían. Sofía se animó y dijo:
"Hoy me siento muy feliz porque encontré un nuevo amigo".
Entonces, Tomi, entusiasmado, confesó:
"A veces me da miedo hablar con otros niños. Pero hoy voy a intentarlo".
Y así, uno a uno, compartían sus emociones. Cuando llegó el turno de Lucas, dijo:
"A mí me da miedo que no me quieran. Pero hoy aprendí que a veces es bueno hablar de lo que siento".
Los niños se miraron entre ellos y decidieron hacer algo.
"Vamos a jugar juntos al fútbol, Lucas, así no te sentís sólo", propuso Sofía.
Esa propuesta fue recibida con sonrisas y aplausos. Al final del juego, todos se sentían felices.
Pasaron los meses y las plantas florecieron. Había un espectáculo de emociones en el jardín. El día de la exposición, Rosa dijo:
"Hoy vamos a celebrar lo que hemos aprendido. Cada uno tiene una historia que contar sobre cómo se sintieron y cómo superaron esos momentos".
Los niños se turnaron para hablar. Lucas fue el último. Con el corazón latiendo rápido, tomó una respiración profunda.
"Quiero compartir que antes no me animaba a hablar sobre mis emociones. Pero ahora sé que está bien sentir miedo, tristeza o alegría. Gracias a las plantas, entendí que cada emoción es importante y que no estamos solos".
Los aplausos resonaron entre los niños y Rosa sonreía, orgullosa de sus alumnos.
"Recuerden siempre, cada emoción es como una flor, deben cuidarla para que crezca y florezca", dijo Rosa.
Y así, en 'El Jardín de las Emociones', cada niño aprendió a reconocer y valorar sus sentimientos, sabiendo que al compartirlos, ¡siempre crecerán más fuertes!
FIN.