El Jardín de las Emociones



Era un hermoso día de sol en el Jardín del Rey Lúcido, un lugar mágico donde todas las emociones tenían su propio rincón. Los niños del pueblo tenían la oportunidad de visitar este jardín cada semana para aprender sobre sus sentimientos. Hoy, un grupo de amigos había decidido explorar el lugar juntos. Estaban Lucía, Martín, Sofía y Tomás, emocionados por lo que aprenderían.

"¡Miren allá! – dijo Tomás señalando un gran árbol con hojas de colores vibrantes. "Ese árbol se llama el Árbol de la Alegría. Cuando te sientas feliz, puedes venir aquí y compartir tu risa con las ramas".

Los niños corrieron hacia el árbol y comenzaron a reír. De repente, una nube pasé que cubrió el sol.

"Oh no, parece que el Árbol de la Tristeza está por aquí – comentó Sofía con una mueca. "El cielo se puso gris".

"¿Qué hacemos? – preguntó Lucía con preocupación. – No quiero sentirme triste".

"Está bien, vamos a hablar sobre ello – dijo Martín animado. – Aprender sobre la tristeza puede ayudarnos a sentirnos mejor".

De repente, una pequeña hada apareció entre las ramas del Árbol de la Tristeza. Era Lía, la hadita de las emociones.

"Hola, pequeños aventureros – saludó Lía con su voz melodiosa. – No teman a la tristeza, a veces es necesario sentirla para conocer la alegría".

"Pero, ¿cómo podemos dejar de sentirnos tristes?" – preguntó Tomás.

"Primero, hablen sobre lo que sienten. Cada emoción tiene su propósito. Pueden dibujar, contar historias o incluso bailar para liberarla" – explicó Lía mientras danzaba entre las ramas.

Los niños miraron unos a otros y decidieron intentar. Se sentaron en el suelo y empezaron a contar historias tristes que les habían pasado. Al final de sus relatos, se dieron cuenta de que todos compartían momentos de tristeza, y eso los hizo sentir un poco mejor.

"Es como si la tristeza nos uniera más" – dijo Sofía con una sonrisa tímida.

"Exacto, y ahora que hemos aprendido a entenderla, vayamos al Jardín de la Alegría" – sugirió Martín.

Tras una corta caminata, llegaron al Jardín de la Alegría, donde un grupo de niños estaba haciendo una gran fiesta de colores.

"¡Miren! – gritó Tomás emocionado. "Los niños están haciendo pompas de jabón. ¿Querés jugar con nosotros?".

Un niño llamado Lucas, que estaba haciendo pompas, los miró con una gran sonrisa.

"¡Claro! Jugar siempre es más divertido en grupo" – contestó.

Los niños se unieron a la fiesta y pronto estaban llenos de risas y alegría. Pero de repente, Lucas se cayó y empezó a llorar.

"No te preocupes, Lucas – dijo Lucía acercándose a él. – Todos nos caemos alguna vez. ¿Quieres que te ayudemos?".

"Sí… Me duele un poco, pero no creo que pueda volver a jugar" – sollozó Lucas.

"¡Un momento! – exclamó Lía apareciendo de nuevo. – Aquí es donde entra el Jardín del Coraje. Si se sienten valientes, podrán levantarse y seguir jugando".

Los niños comenzaron a animar a Lucas.

"¡Vamos, Lucas! Podés hacerlo! Al levantarte, serás más fuerte" – gritaron todos juntos.

Lucas, sintiéndose animado por el apoyo de sus amigos, se limpió las lágrimas y se levantó.

"Gracias, chicos. Ahora me siento mejor – dijo Lucas sonriendo, y junto con todos, continuaron jugando hasta el atardecer.

Cuando llegó el momento de volver a casa, los amigos se sentaron a descansar bajo el Árbol de la Alegría.

"Hoy aprendí que está bien sentir tristeza y que el coraje y la alegría pueden ayudarnos a ser fuertes – comentó Sofía".

"Sí, y cada emoción tiene su lugar en el jardín de nuestras vidas – agregó Martín.

Lía, la hadita, sonrió orgullosa mientras los jefes se despedían del jardín, sabiendo que habían aprendido algo imponente. Y así, los niños volvieron a casa, llevando en su corazón una nueva forma de ver sus sentimientos, listos para compartir lo aprendido y ayudar a otros a comprender también el hermoso Jardín de las Emociones.

FIN.

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