El jardín de las emociones



Había una vez un niño llamado Mateo, curioso y aventurero, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques. Un día, mientras jugaba en el jardín de su abuela, escuchó un susurro suave que lo llamaba desde el interior del bosque. Con intriga, se adentró entre los árboles y descubrió un sendero secreto que lo llevó a un lugar maravilloso: el jardín de las emociones.

En ese jardín mágico, cada flor representaba una emoción diferente. Había rosas rojas que simbolizaban el amor, girasoles que representaban la alegría, lirios blancos que significaban la paz, y muchas otras flores con sus propias emociones únicas.

Mateo se maravilló al descubrir aquel lugar y decidió explorarlo con curiosidad. Pronto aprendió que, al igual que en el jardín, en su interior también existían todas esas emociones. Descubrió que era normal sentir tristeza, enojo o miedo, pero también aprendió que era importante cultivar la alegría, la gratitud y el amor.

Un día, mientras paseaba por el jardín, Mateo se encontró con una flor marchita y triste. Era una linda amapola que representaba la alegría, pero su color brillante se había desvanecido. El niño se entristeció al verla en ese estado y decidió ayudarla.

- ¿Qué te sucede, querida amapola? –preguntó Mateo con cariño.

- Me siento sola y olvidada. Ya no encuentro la alegría en mi corazón –respondió la amapola con voz suave y triste.

Entonces, Mateo recordó las palabras de su abuela: 'Las emociones son como las flores, necesitan cuidado y atención para crecer y brillar'. Con determinación, decidió ayudar a la amapola a recuperar su alegría.

Durante días, Mateo regó la flor con palabras cariñosas, le cantó canciones alegres y compartió momentos felices a su alrededor. Poco a poco, la amapola comenzó a recobrar su vitalidad y color, y la alegría volvió a brillar en el jardín.

Emocionado por el resultado, Mateo comprendió la importancia de cuidar y cultivar las emociones positivas en su interior. Aprendió a apreciar la belleza de la tristeza, del enojo y del miedo, pero también a valorar la alegría, la gratitud y el amor.

Desde ese día, Mateo visitaba el jardín de las emociones con la certeza de que cada emoción, al igual que cada flor, era parte fundamental de su ser. Y mientras cuidaba del jardín, también cuidaba de su propio corazón, cultivando un hermoso y variado jardín de emociones.

FIN.

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