El Jardín de las Estatuas



En un rincón mágico del mundo, donde el sol se sonrojaba al atardecer y las nubes jugaban a esconderse, había un jardín lleno de estatuas. Cada estatua era especial, con una historia que contar, pero nadie parecía escuchar las voces que susurraban entre sí. Un día, el príncipe de la niebla, conocido por sus travesuras y su deseo de ayudar a otros, decidió visitar este jardín para descubrir su misterio.

Mientras caminaba entre las estatuas, notó que cada una tenía una expresión diferente: algunas estaban contentas, otras parecían tristes o preocupadas.

"¿Por qué están tan calladas?", preguntó curiosamente el príncipe de la niebla, llenando el aire con una suave brisa.

De repente, una estatua de mármol blanco, con una mirada melancólica, respondió:

"Hemos estado aquí tanto tiempo que hemos olvidado cómo sonreír. La gente pasa, pero nunca se detiene a escuchar nuestras historias."

El príncipe se detuvo, intrigado.

"¿Qué historias tienen para contar?",

"Nuestras historias son las memorias de quienes nos amaron y las promesas que nunca se cumplieron", susurró la estatua con voz nostálgica.

El príncipe de la niebla decidió que ese día sería diferente. Usando su magia, hizo que el viento soplara suavemente, creando un suave murmullo que llenó el jardín.

"¡Escuchen!", exclamó. "Hoy, ustedes van a contar su historia. Y la gente no solo escuchará, ¡sino que también aprenderá!".

Con un chasquido de dedos, empezó a transformar el jardín. Las flores dieron pequeños saltos y comenzaron a danzar, mientras que las estatuas cobraban vida, dándoles la oportunidad de hablar. Los visitantes del parque se detuvieron, asombrados por el espectáculo.

Cada estatua se turnó para contar su historia. Una estatua de un guerrero habló de la valentía y la importancia de proteger a quienes amamos. Otra, con un vestido de bronce, habló de la belleza de ser uno mismo y de seguir los sueños sin miedo al qué dirán.

"No siempre seremos escuchados", decía con dulzura, "pero es vital que nunca dejemos de hablar, porque nuestras historias son la esencia de nuestra existencia".

Los niños y los adultos, fascinados, se sentaron en el césped a escuchar. Aprendieron sobre la amistad, la generosidad, el perdón, y cómo cada uno es una parte importante de un todo, como un jardín diverso y hermoso.

Pero justo cuando todo parecía perfecto, una sombra oscura apareció. Era el Guardián del Silencio, un ser que alimentaba el miedo a ser escuchado. Se acercó volando, arrastrando el aire a su paso y generando un frío helado.

"¡Detengan esto!", bramó. "No pueden hablar, están condenados al silencio. Ustedes no tienen voz".

El príncipe de la niebla, con valentía, se interpuso entre el Guardián y las estatuas.

"No permitiré que te lleves sus historias de nuevo. La voz de cada uno es valiosa, y hay poder en compartirla".

El Guardián sonrió maliciosamente.

"Mucha palabrería, príncipe. Tus palabras no lograrán detenerme".

"¿Y si te retara a un duelo de historias, entonces? Si pierdes, deberás dejar que las estatuas hablen para siempre".

tocó una campana de cristal y los árboles comenzaron a producir melodías.

El Guardián, intrigado, aceptó el reto. Ambos comenzaron a contar sus historias más oscuras y profundas. El príncipe compartió cuentos de maravillas, de valentía, y de cómo, incluso en la tristeza, siempre hay luz. El Guardián, por su parte, habló de desolación y miedo, pero sus palabras carecían de conexión.

Al final, el grupo de personas del jardín, junto con las estatuas, aplaudieron a la voz del príncipe. El Guardián, incapaz de soportar el poder de sus historias, desapareció en una nube oscura, dejando el jardín iluminado por un rayito de sol.

Así, desde ese día, las estatuas nunca dejaron de contar sus historias. El príncipe de la niebla había conseguido que todos en el jardín aprendieran una importante lección:

"Nunca oculten su voz, porque cada historia cuenta y puede iluminar hasta los días más oscuros".

Y así, el jardín se llenó de risas y esperanza, donde cada estatua brillaba con la luz de sus relatos. Y el príncipe, feliz, continuó paseando por los senderos, sabiendo que su magia y el poder de las historias siempre permanecerían vivas.

Desde entonces, los visitantes aprendieron a detenerse, escuchar y aprender, convirtiendo el jardín en un lugar de unión y amistad.

Y el príncipe de la niebla, siempre en su misión de ayudar, sabía que cada palabra contada desde el corazón tenía el poder de transformar el mundo a su alrededor.

FIN.

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