El Jardín de las Estrellas
En un pequeño pueblo donde las flores danzaban al son del viento y los árboles susurraban secretos, vivía un niño llamado Mateo. Su mundo era un jardín encantado, lleno de colores brillantes y fragancias dulces. Sin embargo, había algo en el aire que a veces lo hacía sentir un poco nublado.
Un día, mientras jugaba con su cometa de papel, su amigo Tomás le preguntó:
- ¿Por qué tu cometa tiene solo un lado pintado?
Mateo miró su cometa, que solo brillaba en la mitad que miraba al sol.
- Porque la otra mitad está mirando a las nubes - respondió con una sonrisa, aunque su corazón sabía que había más que contar.
La mamá de Mateo siempre decía que los jardines crecen mejor con amor y cuidados, pero notaba que en los últimos días su jardín tenía menos risas. Se sentía como una mariposa que había perdido una de sus alas, intentando volar con bríos aunque sabía que le faltaba algo.
Un día, mientras ayudaba a su mamá a regar las flores, ella le dijo:
- A veces los caminos cambian, Mateo, como el río que busca un nuevo rumbo.
Mateo frunció el ceño, sintiendo cómo el viento soplaba fuerte, como si intentara meter su voz a la conversación.
- Pero eso no siempre es malo, ¿verdad? - preguntó, mientras observaba un grupo de pájaros volar en círculo.
- No, hijo. A veces, los cambios pueden llevarnos a lugares hermosos - respondió su mamá.
Esa noche, mientras Mateo se acurrucaba en su cama, soñó con un jardín lleno de estrellas, unas brillantes y otras un poco apagadas. En el sueño, cada estrella era un recuerdo, y aunque algunas parecían distantes, lucían serenas en el cielo.
Al día siguiente, Mateo decidió crear algo especial. Reunió hojas, flores y algunas piedras que encontró en su recorrido. Empezó a armar un pequeño mural en su habitación. Con cada lágrima que había caído, la pintura cobraba vida.
- ¡Mirá lo que hice, mamá! - gritó emocionado, mostrando su mural.
- Es hermoso, Mateo. Has creado un nuevo rincón de nuestro jardín - sonrió su mamá mientras veía las flores multicolores y las estrellas dibujadas.
Mateo se dio cuenta que, aunque su jardín había cambiado, todavía quedaban muchas flores por cultivar. Y que siempre habría espacio para nuevos sueños. Estaba decidido a llenarlos con colores y risas.
Así, entre juegos y risas, Mateo invitó a Tomás a su nuevo jardín, donde juntos volaron cometas que reflejaban todas las partes de sus corazones: una parte llena de sol y otra aprendiendo a brillar aún en las nubes.
- ¡Vamos a hacer el vuelo más alto del mundo! - gritó Tomás emocionado.
Mateo le sonrió, sintiendo que podía volar como nunca antes. Sabía que aunque su jardín de sueños no era el mismo, estaba reformándose con nuevas visiones y recuerdos. Y así, el niño descubrió que cada separación podía dar paso a nuevas uniones, nuevas risas y nuevos sueños tan grandes como el cielo.
Y en cada vuelo, sus cometas contaban la historia del jardín que siempre podría florecer, sin importar cuánto viento soplara.
FIN.