El Jardín de las Hadas



En un hermoso valle, lleno de flores de todos los colores, había un jardín mágico donde vivían unas hadas llamadas Luz, Brisa y Sombra. Ellas cuidaban de las plantas y les enseñaban a bailar con el viento. Sin embargo, un día, una sombra oscura comenzó a extenderse por el jardín. Las flores de colores comenzaron a marchitarse y el viento susurraba tristezas.

- ¡Oh no! -exclamó Luz, viendo cómo las flores perdían su brillo-. Hay algo malo en nuestro jardín.

- Sí, siento que algo oscuro nos está afectando -dijo Brisa, moviendo sus pequeñas alas llenas de destellos.

- Hay que actuar rápido -propuso Sombra, que siempre era la más inquieta-. No se pueden permitir que nuestras flores se enfermen. ¡Vamos a buscar la fuente de esta tristeza!

Las tres hadas volaron más allá del jardín y se encontraron con un viejo roble que, aunque parecía fuerte, se veía muy triste.

- ¿Qué te pasa, buen roble? -preguntó Luz con ternura.

- Me siento solo, mis hojas ya no brillan como antes. Desde que el sol no brilla con fuerza, he perdido mi alegría -respondió el roble, con un susurro apagado.

Las hadas se miraron, entendiendo que el estado del roble afectaba a todo el jardín. Entonces, se les ocurrió una idea:

- ¡Podemos hacer una danza para que el sol vuelva a brillar y el roble recupere su alegría! -dijo Brisa emocionada.

- ¡Sí! Haremos una danza de colores para llamar al sol -agregó Luz, llenándose de energía.

Desde la mañana hasta el atardecer, las hadas comenzaron a danzar alrededor del roble. Cada movimiento creaba una explosión de colores: azules, rojos, amarillos, y verdes llenaban el aire. Las flores comenzaron a asomarse, curioseando por la música y la alegría de las hadas.

Después de horas de danza, sucedió algo maravilloso. Un rayo de sol se filtró entre las nubes y tocó las hojas del viejo roble, que comenzó a brillar intensamente. Las flores se llenaron de colores nuevamente y el jardín empezó a despertar.

- ¡Lo logramos! -gritó Sombra con alegría, dando vueltas por el aire.

- El sol regresó gracias a nuestra danza -dijo Luz, admirando cómo las flores volvían a levantarse.

Pero justo en ese momento, las hadas notaron que una flor muy especial, la flor de la risa, seguía marchita.

- ¿Por qué no se anima? -se preguntó Brisa, volando cerca de ella.

La flor, con su voz suave, dijo:

- Yo he olvidado cómo reír. Sin colores, no tengo alegría.

Las hadas se miraron, y de repente, entendieron que debían hacer algo más.

- Vamos a contarle historias -propuso Sombra-. Haremos que vuelva a recordar cómo reír.

- ¡Sí! Historias llenas de magia y aventuras -asintió Luz.

Así que comenzaron a narrarle historias sobre el cielo, las estrellas y los viajes de las hadas. Con cada palabra, la flor fue recuperando su color y comenzó a sonreír de nuevo.

- ¡Gracias, hadas! -dijo la flor de la risa, vibrando de alegría-. Ya puedo reír y mi risa contagiará a todas las flores.

De pronto, el jardín se llenó de risas, cantos y bailes. Las flores llenaron el aire con su fragancia, y el roble sonreía, sintiéndose menos solo.

- ¡Lo hicimos! -gritaron las hadas, saltando de felicidad.

Desde ese día, el Jardín de las Hadas nunca volvió a caer en tristeza. Las hadas siempre recordaron que, a veces, se necesita un poco de danza, una chispa de sol y un toque de alegría para que la vida vuelva a florecer. Y así, aprendieron a cuidar no solo de las flores, sino también de la risa y los colores que existen en cada corazón.

Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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