El jardín de las maravillas



En un pequeño pueblo llamado Colibrí, existía un jardín muy especial. No era un jardín cualquiera, sino el Jardín de las Maravillas. En él, crecían las plantas más bellas, flores de colores impossibles y árboles que daban frutas nunca vistas. La gente del pueblo decía que aquel jardín tenía un poder mágico, y los niños soñaban con conocerlo.

Una tarde, una niña llamada Lila, con una curiosidad inagotable, decidió que no podía seguir soñando con el jardín sin visitarlo. Acompañada por su inseparable amigo, un pequeño loro llamado Ciri, se aventuraron hacia la colina donde se decía que estaba el jardín.

Mientras caminaban, Lila le decía a Ciri:

- “¿Te imaginas si el jardín tiene flores que hablan? ”

- “¡Oh! Sería increíble, Lila. Tal vez nos cuenten historias de otros mundos”, respondió Ciri emocionado.

Finalmente, llegaron a la cima de la colina, y ante ellos se extendía un paisaje impresionante: el Jardín de las Maravillas era real. Se llenaron de asombro y corrieron a explorar. Las flores brillaban con cada color del arcoíris, y los árboles estaban cubiertos de frutas que nunca habían visto.

- “¡Mirá, Ciri, hay una flor que brilla como el sol! ”

- “Debemos acercarnos; quizás nos diga su secreto”, sugirió el loro.

Se acercaron a la flor brillante, que se movía suavemente con el viento. Al verlos, la flor les habló:

- “¡Hola, pequeños aventureros! Soy la Flor del Sol. He estado esperando a que alguien con un corazón puro como el de ustedes me encuentre.”

Lila, fascinada, preguntó:

- “¿Qué podemos hacer para ayudarte? ”

- “Necesito que ayuden a compartir la alegría de este jardín con el mundo. Cada vez que alguien ríe en este jardín, las plantas crecen más fuertes”, explicó la flor.

Lila y Ciri decidieron hacer una fiesta en el jardín. Invitaron a todos los niños del pueblo y prepararon juegos y sorpresas.

Día a día, la flor les enseñaba nuevas formas de jugar y hacer reír a sus amigos. Festejaron carreras, bailes y hasta un concurso de chistes. El jardín se llenaba de risas, y con cada risa que resonaba, las plantas florecían más y más.

Sin embargo, un día, un niño nuevo llegó al pueblo. Su nombre era Lucas, y parecía triste. Al ver la alegría de los demás, se sintió fuera de lugar. Lila, al notarlo, se acercó y le dijo:

- “¡Hola! ¿Te gustaría unirte a nosotros? ”

- “No sé… se ven tan felices, no creo que yo encaje”, respondió Lucas con desánimo.

Lila pensó un momento y luego dijo:

- “Todos somos diferentes, pero juntos hacemos este jardín aún más hermoso. ¡Te necesitamos! ”

Lucas miró a Lila, sintió que sus palabras eran sinceras. Aceptó unirse a la fiesta y, al participar, comenzó a reír y jugar. La flor, al ver esto, comentó:

- “¡Cada risa llena el jardín de luz! Lucas, eres una linda adición al jardín.”

Durante la fiesta, el jardín floreció más que nunca. Los colores se intensificaron y atrajeron a mariposas por doquier.

- “¡Es mágico! Las risas han traído más colores”, exclamó Ciri.

- “Nunca imaginé que al compartir la alegría, podríamos cambiar tanto”, dijo Lila con una sonrisa.

Y así, el Jardín de las Maravillas se convirtió en un lugar de encuentro para todos. Cada semana, Lila, Ciri y sus amigos organizaban festivales florales donde todos podían contar chistes, bailar y cantar. Aprendieron que la alegría era contagiosa y que cada risa creaba un bello recuerdo en el jardín.

Con el tiempo, los adultos también se unieron a las celebraciones, y el jardín se transformó en un símbolo de unidad y amistad en Colibrí. La Flor del Sol, sonriendo, les decía:

- “Gracias, pequeños amigos. Ustedes han demostrado que la verdadera magia está en la alegría compartida.”

Así, Lila, Ciri y Lucas aprendieron que cuidar de la felicidad era como cuidar de un jardín: a veces hay que sembrar, pero siempre hay que regar con cariño y amistad. Y desde entonces, en el pueblo de Colibrí, las risas resonaban no solo en el Jardín de las Maravillas, sino en cada rincón, asegurando que todos tuvieran un lugar donde sentirse bienvenidos y amados.

FIN.

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