El Jardín de las Maravillas



Había una vez un niño de 4 años llamado Tomás, que vivía en un pequeño pueblo lleno de flores y árboles. Tomás era un niño lleno de energía, pero había algo que lo frustraba: no tenía paciencia. Todo lo quería hacer rápido, y eso muchas veces lo llevaba a situaciones divertidas, pero también complicadas.

Un día, mientras estaba en el patio de su casa, su abuela lo llamó.

"Tomás, ven a ayudarme a plantar unas semillas en el jardín. ¡El clima es perfecto!" - dijo su abuela con una sonrisa.

Tomás, emocionado, corrió hacia su abuela.

"¿Ya van a crecer las flores, abuela?" - preguntó con ansias.

"No, cariño, primero hay que plantar las semillas y luego hay que esperar un poco. Las flores necesitan tiempo para crecer" - le explicó su abuela.

Tomás frunció el ceño.

"¿Pero cuánto hay que esperar?" - preguntó, impaciente.

"Unas semanas, tal vez. Pero mientras, podemos cuidarlas y ver cómo va todo" - dijo su abuela, tratando de calmarlo.

Sin poder contener su energía, Tomás comenzó a saltar y a correr alrededor de los árboles.

"No quiero esperar!" - exclamó. "Quiero ver las flores ya!"

Su abuela se rió.

"Entiendo que quieras verlas, pero eso no funcionará así. Ven, vamos a cuidar del jardín juntos. Te enseñaré cómo regar las plantas y a cuidar de ellas. Con el tiempo, aprenderás a tener paciencia" - dijo con ternura.

Decidido a hacer algo, Tomás ayudó a su abuela a cavar pequeños agujeros para las semillas. Luego, ella le mostró cómo regarlas cuidadosamente. Todo iba bien hasta que se aburrió.

"¡Quiero ver las flores ya!" - repetía constantemente.

"Tomás, la paciencia es una habilidad muy importante. Aunque no lo creas, ¡puedes divertirte mientras esperas!" - sugirió su abuela.

Tomás se quedó pensando por un segundo.

"¿Divertirme? ¿Cómo?" - preguntó curioso.

"Podemos hacer un juego. ¿Qué te parece contar cuántos días pasan hasta que veamos algo de verdor? Cada día, podemos venir a ver el progreso y hacer una actividad diferente. Así, la espera se hará más llevadera" - le propuso.

Tomás dudó, pero decidió intentarlo. Al día siguiente, se levantó emocionado.

"¡Hoy es el primer día!"

"Así es, ¡y vamos a contar!" - respondió su abuela.

Pasaron los días y cada vez que Tomás iba al jardín, hacía algo nuevo: pintó piedras, creó historias sobre las flores y hasta hizo un diario donde registraba lo que sucedía en el jardín. Poco a poco, se fue dando cuenta de lo interesante que era observar el cambio del suelo, las pequeñas hojas que empezaban a asomar y cómo las ardillas venían a jugar.

Finalmente, después de varias semanas de espera, un día notó algo diferente.

"¡Abuela! ¡Mirá!" - gritó, apuntando al pequeño brote verde que emergía del suelo.

"¡Lo logramos, Tomás! ¡Las semillas están creciendo!" - exclamó su abuela, llena de alegría.

Tomás sonrió, finalmente comprendiendo el valor de la paciencia y cómo el trabajo en equipo había hecho que la espera fuera divertida.

"¡Quiero plantar más semillas!" - dijo emocionado.

"Sí, pero recuerda, habrá que esperar otra vez. ¡Pero lo pasaremos genial mientras tanto!" - le respondió su abuela, guiñándole un ojo.

Y así, Tomás aprendió que aunque la paciencia pueda ser difícil, espera es parte del disfrute de la vida. Desde aquel día, cada vez que quería hacer algo rápido, recordaba sus días en el jardín y entendía que lo bueno toma tiempo.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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