El Jardín de las Maravillas



Era una vez en un pequeño pueblo llamado Colibrí, donde vivía una niña llamada Luna. Luna era conocida por su enorme curiosidad. Siempre hacía preguntas sobre todo lo que la rodeaba, desde las flores del jardín hasta las estrellas en el cielo.

Un día, mientras exploraba el bosque, encontró una puerta misteriosa cubierta de enredaderas.

"¿Qué habrá detrás de esta puerta?" - se preguntó Luna, emocionada por descubrir el secreto.

Con un fuerte resoplido, empujó la puerta, que chirrió como si estuviera despertando. Al abrirse, se encontró frente a un jardín increíble, lleno de plantas de colores brillantes y criaturas fantásticas.

"¡Hola!" - dijo una mariposa de alas iridiscentes, revoloteando a su alrededor. "Bienvenida al Jardín de las Maravillas. Soy Brisa. ¿Estás lista para una aventura?"

"¡Sí, sí!" - exclamó Luna con los ojos desorbitados.

"Sigue el camino de piedras doradas y descubrirás sorpresas en cada rincón. Pero ten cuidado, no todo es lo que parece." - le advirtió Brisa con una sonrisa traviesa.

Luna comenzó a explorar. A cada paso, encontraba algo asombroso: flores que cantaban, arbustos que se movían y pequeños ríos que brillaraban como diamantes. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que algunos caminos estaban bloqueados por plantas espinosas.

"¿Cómo puedo pasar?" - preguntó Luna, un poco decepcionada.

"A veces las respuestas no están a simple vista. Usa tu curiosidad para encontrar una solución." - dijo Brisa mientras movía sus alas.

Luna observó atentamente. Notó que junto a las espinas crecían unas flores amarillas muy peculiares.

"¿Y si..." - pensó para sí misma. "Las flores pueden ser la clave."

Con cuidado, recogió las flores amarillas y, sin querer, rozó las espinas. Para su sorpresa, las espinas se apartaron como si reconocieran el poder de las flores.

"¡Lo logré!" - gritó con alegría.

Brisa la animó. "Eso, Luna. Tu curiosidad y atención te llevaron a la solución. ¡Sigamos!"

Mientras avanzaban, se toparon con un pequeño claro donde un grupo de criaturas mágicas intentaba construir una gruñona máquina de hacer nubes. Pero estaban frustradas porque no podían hacerla funcionar.

"Hola, ¿en qué les puedo ayudar?" - preguntó Luna, acercándose.

"Necesitamos un tercer engranaje, pero no sabemos dónde encontrarlo" - dijo una ardilla que llevaba gafas.

Luna frunció el ceño en concentración. "¿Y si buscamos juntos? Tal vez se encuentre en uno de los senderos."

Las criaturas asintieron y comenzaron a buscar. Luna, usando su curiosidad, exploraba cada rincón del jardín, hasta que finalmente encontró un engranaje brillante escondido entre las hojas.

"¡Aquí está!" - gritó Luna, emocionada.

Juntos regresaron al claro y colocaron el engranaje en la máquina. Al instante, comenzó a girar y a producir nubes esponjosas que danzaban en el aire. Todos comenzaron a reír y a jugar con las suaves nubes.

"¡Eres una verdadera heroína!" - dijo la ardilla, sonriendo ampliamente.

Luna se sintió feliz, pero sabía que era su curiosidad la que había hecho todo posible. Al final del día, Brisa llevó a Luna de regreso a la puerta del jardín.

"Recuerda, Luna, siempre que tengas curiosidad, el mundo tendrá sorpresas para ti" - le dijo la mariposa.

"Lo prometo, seguiré preguntando y explorando. ¡Gracias por este día mágico!" - respondió Luna, sonriendo.

Y así, cada vez que Luna regresaba al jardín, descubrían nuevas maravillas juntas, fomentando su curiosidad y compartiendo la belleza del mundo. Desde entonces, el Jardín de las Maravillas se convirtió en su lugar especial y, con su curiosidad siempre despierta, Luna aprendió que el conocimiento y la aventura van de la mano.

FIN.

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