El Jardín de las Mariposas
En un pequeño pueblo llamado Florespino, había un jardín mágico donde las mariposas brillaban con colores que nunca se habían visto antes. Cada mañana, los niños del pueblo se reunían frente a la puerta del jardín, ansiosos por ver qué nuevas maravillas les traería ese día.
Un día, mientras todos esperaban, apareció Sofía, una niña curiosa con una gran pasión por la naturaleza. Sofía siempre soñaba con tener un jardín propio, lleno de flores y mariposas.
"Hola, Sofía!", gritaron los demás niños.
"Hola, amigos! ¿Qué veremos hoy en el jardín?", preguntó emocionada.
"Dicen que hay una mariposa especial que concede deseos", dijo Mateo, uno de sus amigos.
"¿De verdad?", preguntó Sofía, sus ojos brillando como estrellas.
Intrigados, todos decidieron adentrarse en el jardín. Las flores parecían reír y las mariposas danzaban en el aire, creando un espectáculo de colores vibrantes. Tras un rato de explorar, encontraron una mariposa enorme, con alas de un azul intenso.
"¡Esa debe ser la mariposa de los deseos!", exclamó Ana, corriendo hacia ella.
"Esperen!", dijo Sofía. "¿No deberíamos asegurarnos de que sea verdadera?"
Los niños se quedaron pensando. Sofía, con su amor por la naturaleza, recordó las enseñanzas de su abuela sobre el cuidado y el respeto por todas las criaturas.
"Tal vez no deberíamos intentar hacer que nos conceda deseos como si fuera un juguete. Quizás deberíamos hacer algo bueno por ella primero", sugirió.
"¿Como qué?", preguntó Mateo.
Sofía miró a su alrededor y se dio cuenta de que el jardín tenía muchas flores marchitas.
"Podemos ayudar a que este jardín brille aún más!", propuso.
"¡Genial!", dijo Ana entusiasmada.
Así, los niños se pusieron a trabajar. Regaron las flores, quitaron las malas hierbas y hablaron con cariño a cada planta. Al caer la tarde, el jardín parecía renacer. Al poco tiempo, la mariposa azul comenzó a revolotear a su alrededor, como si les agradeciera.
"¿Vieron? ¡La mariposa está contenta!", gritó Sofía.
Pero de repente, una fuerte ráfaga de viento sopló y la mariposa se alejó volando hacia el horizonte. Los niños quedaron un poco decepcionados.
"Creo que no nos concedió ningún deseo", dijo Mateo.
"Es cierto, pero ayudamos al jardín. Eso es lo que realmente importa", respondió Sofía.
Con el tiempo, los niños aprendieron que cuidar de la naturaleza era más gratificante que cualquier deseo que pudieran hacer. Su amor por el jardín creció y las mariposas volvieron, trayendo consigo más colores y alegría.
Un día, ya entrada la primavera, la mariposa azul regresó, pero esta vez se posó en el hombro de Sofía. En ese momento, todos entendieron que el verdadero deseo que habían cumplido era el de cuidar y valorar lo que tenían.
"Creo que hemos hecho algo increíble", sonrió Sofía.
"Sí, y ahora ya sabemos que los mejores deseos son aquellos que se hacen con el corazón", concluyó Ana.
Desde ese día, el jardín de las mariposas no solo se convirtió en un lugar mágico, sino también en un símbolo de amistad y trabajo en equipo. Los niños también aprendieron a compartir su ventana de flores y mariposas con todos en el pueblo, para que todos pudieran disfrutar de su belleza.
Y así, en el pequeño pueblo de Florespino, todos descubrieron que el verdadero magicismo se encontraba en grandes actos de bondad y amor por la naturaleza, lo que llenó los corazones de los habitantes de esperanza y alegría por muchos años.
FIN.