El Jardín de las Palabras



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Clara, llena de preguntas y curiosidad. Su papá, Andrés, siempre estaba ocupado con su trabajo, pero amaba a su hija más que nada en el mundo. Un día, al regresar de la escuela, Clara se encontró con su papá sentado en el jardín, rodeado de flores.

"¡Papá! ¿Por qué las flores tienen diferentes colores?" preguntó Clara con una gran sonrisa.

Andrés, desconcertado, pensó que debía responderle de la manera más sencilla posible.

"Porque cada flor es única, como tú..." y luego se quedó callado, pensando en que tenía que volver a sus tareas.

Clara, sintiendo que no había obtenido una respuesta del todo satisfactoria, decidió insistir.

"Pero, ¿qué las hace especiales?"

Andrés miró a su hija a los ojos y se dio cuenta de que, a veces, era mejor tomarse un momento para comunicarse de verdad.

"Sabés, Clara. Las flores necesitan sol, agua y cuidado para crecer. Cada una tiene sus propias necesidades. Así como nosotros, ¿no crees?"

Clara asintió, emocionada.

"¿Y eso significa que yo también soy especial?"

"Por supuesto, Clara. Tu curiosidad y tus preguntas son como el sol para mí; me hacen crecer también. Pero a veces, estoy tan ocupado que olvido prestarte atención. Prometo que desde hoy, vamos a hablar más, ¿te parece?"

Clara sonrió y abrazó a su papá.

"¡Sí, papá! Me gustaría!"

Esa misma tarde, Andrés se sintió inspirado para convertir el jardín en un proyecto familiar.

"¿Qué te parece si plantamos una nueva flor juntos?" sugirió.

"¡Sííí! ¡Una que sea muy colorida!"

Ambos fueron a la tienda de jardinería y eligieron una hermosa margarita. Cuando volvieron a casa, comenzaron a preparar el suelo. Clara encontró una caja de herramientas.

"Papá, ¿y si hacemos una competencia para ver quién planta mejor?"

- “¡Me encanta la idea! Pero hay que recordar, el trabajo en equipo es la clave."

Con risas y complicidad, comenzaron a trabajar.

Mientras plantaban, Andrés decidió que era el momento perfecto para hablarle de otra cosa.

"¿Sabías que siempre estoy aquí para escuchar lo que necesites?"

"¿Como cuándo?" preguntó Clara curiosa.

"Como en la escuela, que me dijiste que no te gustaba a veces cómo te hablaban tus compañeros..."

Clara hizo una mueca.

"Sí, hay algunos que se burlan de mí porque soy diferente. Pero no me importa tanto. Ahora prefiero concentrarme en la planta. ¿Qué sigue?"

Andrés se dio cuenta de que tal vez Clara necesitaba un poco más de ayuda con esas situaciones.

"Bueno, quizás podríamos practicar cómo responder cuando alguien te diga algo feo. ¿Qué te gustaría que te digan?"

"¡Que soy buena en algo! Yo puedo hacer una planta hermosa, ¡te lo prometo!"

Esa respuesta llenó el corazón de Andrés de alegría.

"¡Claro que sí! Uno puede ser bueno en muchas cosas, y si alguien dice lo contrario, hay que demostrarles lo que valemos."

La conversación fluyó mientras las manos de Clara se llenaban de tierra y amor. Así, el jardín no solo se convirtió en un lugar de belleza, sino también en un refugio donde padre e hija podían compartir sus pensamientos y sentimientos.

Al día siguiente, cuando Clara regresó del colegio, parecía más animada.

"Papá, hoy algunos chicos me dijeron que mi vestido era raro..." y se quedó callada por un momento.

Andrés la animó.

"¿Y qué les dijiste?"

"Les respondí que prefería ser diferente a ser aburrida....."

Andrés la miró sorprendido.

"¡Qué respuesta tan inteligente, Clara! Cada vez que usás tu voz, aprendes mucho más sobre ti misma. ¡Estoy muy orgulloso!"

Con el tiempo, Andrés se dio cuenta de que esas pequeñas charlas diarias estaban transformando su relación. Ya no era solo un padre ocupado, ¡era un padre que escuchaba y comprendía!

Un día decidieron armar una fiesta de jardín para celebrar el hermoso proceso de aprendizaje que habían tenido juntos.

"¿Y si invitamos a tus amigos para que vean lo que hemos hecho?"

Clara brinco de alegría.

"¡Sí! Y les diré que plantamos flores especiales. ¡Soy una experta!"

La fiesta fue un éxito, y Clara no solamente mostró su jardín, sino también su valentía, lo que hizo que se formaran nuevas amistades.

Desde ese día, Clara siempre se sintió libre de hablarlo todo con su papá, sabiendo que él la escucharía y apoyaría.

"Gracias, papá, por siempre estar ahí para mí. Hiciste que este jardín sea un lugar especial. ¡Te quiero!"

"Y yo a vos, Clara. Todos los días aprendemos juntos, y eso es lo más lindo de nuestra comunicación."

Y así, entre risas y flores, Andrés y Clara entendieron que la comunicación era la clave para crecer juntos, como las flores en su jardín, y vivir felices día a día.

FIN.

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