El Jardín de las Posibilidades
En un pequeño pueblo llamado Alegría, vivía una familia muy unida: los Pérez. La familia estaba compuesta por papá, mamá, la pequeña Sofía y su hermano mayor, Tomás. Cada mañana, Sofía se despertaba con una sonrisa, lista para descubrir qué nuevas aventuras traería el día.
Un día, mientras desayunaban juntos, Sofía preguntó:
"¿Qué vamos a hacer hoy, papá?"
"Hoy vamos a hacer algo especial", respondió él. "Vamos a visitar el Jardín de las Posibilidades. Es un lugar mágico donde se puede aprender y compartir con otros."
Sofía saltó de alegría. Nunca habían estado en ese jardín. Con entusiasmo, se pusieron en marcha, llevando una canasta llena de frutas para compartir con quien se encontraran.
Al llegar al jardín, Sofía y Tomás quedaron asombrados por la belleza del lugar. Flores de todos colores adornaban el paisaje y en el centro había un gran árbol que parecía hablar a todos los que se acercaban.
Un anciano, que cuidaba el jardín, se acercó a los niños.
"Bienvenidos, pequeños. Este es un lugar donde cada día es una oportunidad para aprender. ¿Quieren participar?"
Los niños asintieron emocionados.
"¿Qué debemos hacer?" preguntó Tomás.
"Hoy vamos a cultivar el amor y la amistad. Cada uno de ustedes debe plantar una semilla que represente lo que más desean compartir con los demás."
Sofía pensó un momento y dijo:
"Yo quiero plantar una semilla de alegría. Creo que la alegría hace que todo sea mejor."
"Yo quiero plantar una semilla de amistad," dijo Tomás. "Así siempre podremos contar con nuestros amigos."
El anciano, sonriente, les dijo:
"¡Excelente! Ahora, mientras esperan a que sus semillas crezcan, pueden ayudar a otros. Miren, hay niños jugando con burbujas. ¿Quieren unirse a ellos?"
Sofía y Tomás corrieron hacia los niños que reían y hacían burbujas. Al principio, Sofía se sintió un poco tímida, pero luego se unió a un grupo y, rápidamente, todos se estaban riendo juntos.
Después de un rato, una niña llamada Valentina se acercó a Sofía.
"Hola, soy Valentina. ¿Te gustaría jugar a hacer burbujas conmigo?"
"¡Claro! Es muy divertido."
Mientras tanto, Tomás jugaba al fútbol con otros chicos. Se dio cuenta de que un niño no tenía con qué jugar y decidió invitarlo.
"Hola, ¿quieres jugar con nosotros? Ven, ¡te enseñamos!"
"Sí, ¡gracias!" respondió con una sonrisa el niño.
Así, el día pasó entre juegos, risas y nuevos amigos. Al caer la tarde, el anciano los volvió a reunir.
"¿Qué aprendieron hoy?" preguntó con curiosidad.
Sofía levantó la mano y dijo:
"Aprendí que compartir alegría hace que todos se sientan felices."
"Y yo aprendí que la amistad se construye invitando a otros a jugar y ser parte de algo divertido," añadió Tomás.
El anciano sonrió satisfecho.
"Exactamente, mis pequeños. Cada día es una posibilidad de aprender. Regresen pronto y sigan compartiendo amor y alegría."
Al volver a casa, la familia Pérez estaba llena de energía y buenas historias.
"Hoy fue un gran día, papá," dijo Sofía. "Descubrimos que siempre hay algo nuevo por aprender y que compartir con los demás nos llena el corazón."
"Sí, y no olvidemos que cada pequeño gesto cuenta," añadió mamá mientras abrazaba a sus hijos.
Desde ese día, los Pérez decidieron que cada día sería una nueva oportunidad de aprender, amar, y compartir, llenando su hogar y su comunidad de alegría, amistad y amor. Y así, el Jardín de las Posibilidades se convirtió en un lugar querido por todos, donde cada niño y cada adulto descubría el valor de dar y recibir.
Fin.
FIN.