El Jardín de las Sonrisas



En un pequeño pueblo llamado Alegría, habitaba una niña llamada Luz. Luz era conocida por su contagiosa sonrisa y su alegre personalidad. Siempre encontraba la forma de hacer reír a sus amigos y de ver el lado positivo de cada situación. A pesar de que su familia no tenía mucho, ella sabía que la verdadera felicidad estaba en compartir buenos momentos con los demás.

Un día, durante el recreo en la escuela, Luz se dio cuenta de que su compañero, Tomás, no parecía tan alegre como siempre. Se acercó a él.

"¿Qué te pasa, Tomás?"

"No sé, Luz. A veces siento que todo es un poco aburrido. Siento que no pasa nada interesante en nuestro pueblo."

"Pero si en Alegría hay tantas cosas por descubrir. ¡Podemos hacer algo divertido juntos!"

La idea emocionó a Tomás. Juntos, se pusieron a pensar en cómo alegrar su rutina diaria. En ese momento decidieron que cada semana harían una actividad nueva que los sacaría de la monotonía.

La primera actividad que se les ocurrió fue crear un gran mural en la pared del patio de la escuela. Invitaron a todos sus compañeros a participar. Al principio, algunos se mostraron escépticos.

"No sé, parece mucho trabajo", dijo Celia.

"Pero, Celia, ¡será divertido! Además, podremos pintar lo que más nos gusta de Alegría", respondió Luz con brillo en sus ojos.

Poco a poco, todos decidieron unirse. Con pinturas de colores, pinceles y mucha creatividad, comenzaron a trabajar. Mientras pintaban, cada uno compartía historias sobre sus lugares favoritos del pueblo. El mural cobró vida con paisajes, animales y sonrisas.

Cuando terminaron, se dieron cuenta de que el mural no solo era un elemento decorativo, sino un símbolo de amistad y unión. Todos estaban tan felices que decidieron convertir el mural en un lugar de encuentro, donde cada semana uno de ellos sería el encargado de contar historias o anécdotas desde el mural.

Pasaron los días y el mural se llenó de historias y risas, pero algo inesperado sucedió. Un grupo de chicos nuevos llegó al pueblo y se sintieron un poco fuera de lugar. Luz, al verlos, tuvo una idea.

"¿Por qué no les invitamos a participar en nuestra historia? Todos merecen ser parte de esta alegría."

Tomás asintió y juntos se acercaron a los nuevos chicos.

"Hola, somos Luz y Tomás. Estamos haciendo un mural y nos encantaría que participen. ¡Queremos conocer sus historias también!"

Los nuevos chicos se miraron entre sí, sorprendidos pero emocionados. Uno de ellos, llamado Javier, dijo:

"¡Eso suena genial! Nos encantaría."

Así, el mural se convirtió en un punto de encuentro donde chicos de diferentes lugares compartieron sus historias, sus sueños y risas. La alegría contagiosa de Luz transformó no solo su vida, sino la de todos en su escuela.

Mientras tanto, el pueblo también empezó a cambiar. Las familias se conocían más, hacían actividades juntos y hasta organizaron un festival del mural, donde cada uno podía exhibir lo que había pintado y contar su historia. El festival se convirtió en un evento anual en Alegría, lleno de música, danza y sonrisas, donde todos se unían para celebrar la diversidad y la amistad.

Luz, mirando a su alrededor durante uno de esos festivales, se dio cuenta de que una simple idea, como pintar un mural, había creado un efecto dominó de alegría. Todos estaban felices, unidos, y eso hizo que su corazón se llenara de luz. Ella entendió que la verdadera alegría no estaba solo en hacer reír, sino en juntar a las personas y crear momentos especiales juntos.

"¿Ves, Tomás? Justo lo que necesitábamos era un poco de creatividad y muchas ganas de compartir. La alegría se multiplica cuando se reparte."

"Sí, Luz, ¡y nunca pensé que podríamos hacer algo tan grande y divertido!"

Así, Luz y sus amigos siguieron creando, soñando y lanzando sonrisas por todo el pueblo, porque en Alegría siempre había algo por descubrir, solo hacía falta la voluntad de encontrarlo.

FIN.

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