El Jardín de las Sonrisas



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes, un jardín mágico donde los niños solían jugar después de la escuela. Este jardín era conocido como el Jardín de las Sonrisas. Todos los días, al salir de clases, los niños corrían hacia él, llenos de risas y alegría. Pero lo que no sabían era que el jardín tenía un secreto especial.

Un día, mientras los niños se divertían, apareció un anciano con una barba blanca y una sonrisa cálida. Los niños se detuvieron al verlo.

"¿Quién sos?" - preguntó Lía, la más intrépida de todos.

"Soy el Guardián del Jardín" - respondió el anciano "y he venido para compartirles un gran secreto".

Los niños se acercaron emocionados. Cada uno de ellos quería saber más. El anciano continuó:

"Este jardín es un lugar especial porque aquí, cada vez que hacen una buena acción o ayudan a alguien, las flores crecen más y más. Pero hay un giro, ¡necesitamos de su ayuda!".

Los ojos de los niños brillaron.

"¡Queremos ayudar!" - gritaron al unísono.

El anciano les explicó que había un problema con las flores del jardín. Un grupo de niños de otro pueblo no tenían tiempo de jugar porque estaban demasiado ocupados con sus deberes. Ellos querían conocer el Jardín de las Sonrisas, pero nunca podían venir.

"Si logran ayudar a esos niños a encontrar tiempo para jugar, las flores florecerán como nunca" - dijo el anciano.

Los niños pensaron en su plan mientras daban un paseo por el jardín.

"¿Y si hacemos un club de juegos?" - sugirió Tomi.

"¡Sí! Podemos hacer actividades divertidas los fines de semana en el jardín y los invitamos a que vengan" - añadió Valen con entusiasmo.

Así que se pusieron manos a la obra. Diseñaron carteles coloridos y corrieron a la ciudad cercana para invitarlos. Se aseguraron de que los niños del otro pueblo supieran cuán divertido sería el Jardín de las Sonrisas.

El primer fin de semana, muchos niños llegaron emocionados. Se hicieron nuevos amigos y todos jugaron juntos. El aire se llenó de risas y aplausos. El jardín resplandecía con colores vibrantes.

Pero pronto, los niños del primer pueblo se dieron cuenta de que había un grupo que no se unía a las actividades. Eran dos hermanos, Sofía y Lucas, que se sentaban apartados, mirando en silencio.

"¿Por qué no vienen a jugar?" - les preguntó Agustín, uno de los más amigables del grupo.

"Nos gusta mirar, pero no sabemos jugar como ustedes" - respondió Sofía, un poco tímida.

Los otros niños se miraron, reflexionando sobre la situación.

"¡Podemos enseñarles!" - exclamó Lía con energía.

Así, se acercaron y comenzaron a mostrarles juegos simples. Pronto, Sofía y Lucas se sintieron parte del grupo. Comenzaron a sonreír y a reír mientras jugaban.

Ese día, no solo se ayudó a las flores a crecer, sino que también se formaron lazos de amistad. El Jardín de las Sonrisas estaba más hermoso que nunca.

Al final del día, el anciano apareció nuevamente.

"Estoy tan orgulloso de ustedes. Han demostrado que la verdadera alegría viene de ayudar y compartir con los demás" - dijo, mientras se asomaba a las flores brillantes. "Las flores han crecido y florecido por su cariño y esfuerzo".

De repente, el jardín comenzó a brillar con una luz dorada.

"Pero no se detengan aquí, continúen ayudando a otros y hagan del mundo un lugar más alegre y lleno de sonrisas" - concluyó el anciano antes de desaparecer en una nube de pétalos.

A partir de ese día, el Jardín de las Sonrisas se llenó de nuevos amigos, risas y muchas flores. Los niños aprendieron que ayudar a otros no solo hace brillar un jardín, sino también el corazón de cada uno.

Y así, el jardín se convirtió en un símbolo del poder de la amistad y la bondad, donde cada visita se sentía como un nuevo comienzo lleno de promesas y aventuras. Quizás no cualquiera podría ver al anciano otra vez, pero su legado vivía en aquellos niños que decidió compartir su tiempo y amor con quienes más lo necesitaban.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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