El Jardín de las Verdades
En un pequeño pueblo, había un jardín mágico donde las flores daban vida a las verdades más importantes: la amistad, la honestidad y el amor. Este jardín era conocido por su belleza deslumbrante y la alegría que traía a todos los que lo visitaban. Sin embargo, un día Lia y Tomás decidieron hacer una excursión a este lugar tan especial y se encontraron con algo inesperado.
- ¡Mirá, Tomás! ¡El jardín se ve tan triste! - exclamó Lia, mientras miraba las flores marchitas y los colores apagados.
- Sí, parece que algo no va bien. Esto no se veía así la última vez que vinimos - respondió Tomás, frunciendo el ceño.
Los dos amigos se sentaron en una banca y comenzaron a pensar en lo que podría haber causado la tristeza del jardín. Recordaron que siempre, cuando venían aquí, hablaban sobre sus sueños y se contaban cosas, pero en los últimos días habían tenido algunas pequeñas discusiones.
- ¿Crees que nuestras peleas han afectado al jardín? - preguntó Lia, un poco dudosa.
- Podría ser. Siempre hemos hecho al jardín brillar con nuestra amistad - respondió Tomás, pensativo.
De repente, Lia tuvo una idea.
- ¿Y si comenzamos a hablar sobre lo que realmente sentimos? Tal vez, si somos sinceros, el jardín se sienta mejor.
- ¡Buena idea! - contestó Tomás con entusiasmo.
Tomás miró a Lia y, con una voz serena, dijo:
- A veces me siento un poco celoso de que a veces juegues más con otros amigos.
- Vaya, no sabía que te sentías así. Yo pensaba que estaba compartiendo la diversión. Quiero que sepas que para mí, siempre serás mi mejor amigo - contestó Lia, sonriendo.
Al compartir sus sentimientos, las flores del jardín comenzaron a levantarse ligeramente, como si escucharan sus palabras. Decidieron que era el momento de ser aún más honestos entre ellos.
- Bien, yo también tengo algo que decir - continuó Lia. - A veces me cuesta decirte cuando no me gusta algo que hiciste.
- Lo entiendo, a veces siento que no tengo el valor para decirte cuando algo no me parece bien - respondió Tomás, mirando hacia las plantas que empezaban a recuperar su color.
A medida que se abrían el uno al otro, el jardín comenzó a llenarse de luces y colores vibrantes. Las flores, que antes lucían marchitas, empezaron a florecer de nuevo, llenándose de vida.
- ¡Mirá, Lia! ¡Las flores están volviendo a brillar! - exclamó Tomás, asombrado.
- Esto es mágico, ¡la honestidad realmente le da vida al jardín! - dijo Lia, su corazón lleno de alegría.
Pero el jardín aún no estaba del todo bien.
- Creo que también hay que hablar del amor - sugirió Tomás, mirando a su alrededor.
- Tienes razón. A veces olvidamos que el amor también debe ser expresado - añadió Lia, recordando los momentos felices que compartían.
- Te quiero mucho, Lia. Siempre has sido una de las personas más importantes en mi vida.
- ¡Yo también te quiero, Tomás! - respondió Lia, sonriendo de oreja a oreja.
Y en ese momento, las flores que representaban el amor comenzaron a abrirse de par en par, derramando pétalos de colores brillantes que llenaron el aire con una dulce fragancia. El jardín refulgía con cada paso de los dos amigos, brillando más y más con cada palabra sincera que compartían.
Desde aquel día, Lia y Tomás hicieron un pacto: siempre hablarían con sinceridad sobre sus sentimientos, y nunca permitirían que la tristeza los separara. El jardín, lleno de luz y alegría, se convirtió en su lugar favorito, un recordatorio de que la amistad, la honestidad y el amor pueden iluminar incluso los días más oscuros.
Y así, el Jardín de las Verdades seguía floreciendo, no solo con colores hermosos, sino con los corazones plenos de dos amigos que aprendieron a ser sinceros. Y cada vez que alguien los visitaba, podían ver no solo las flores, sino el brillo en los ojos de Lia y Tomás, que reflejaban la felicidad de vivir en una verdad compartida.
FIN.