El Jardín de los Besos de Felicidad
Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, donde todos los días el sol brillaba con fuerza y las flores siempre estaban en flor. En este colorido lugar vivía una niña llamada Lila, que tenía el cabello rizado y una risa que iluminaba hasta el día más nublado. Lila tenía un mejor amigo, un niño llamado Tomás. Juntos compartían aventuras en el parque, coleccionaban flores, y creaban hermosos recuerdos. Sin embargo, había algo que Lila deseaba con todo su corazón: un jardín donde los besos de felicidad florecieran.
Un día, mientras paseaban por el bosque, Lila y Tomás encontraron un viejo libro en un tronco caído. El libro, titulado "El Jardín Mágico", hablaba de un jardín donde crecen plantas que dan besos de felicidad a quienes las cuidan con amor. "¡Tomás, debemos encontrar ese jardín!", exclamó Lila emocionada. "Pero, ¿dónde estará?", preguntó Tomás intrigado.
Decididos a encontrar el jardín, Lila y Tomás siguieron las instrucciones del libro. En el camino, conocieron a varios animales que los ayudaron. Primero, encontraron a una tortuga llamada Celia. "Hola, niños, ¿a dónde van tan apresurados?" "Estamos buscando el Jardín Mágico que da besos de felicidad", respondió Lila. "Yo puedo ayudarlos, pero primero deben aprender a ser pacientes", dijo Celia con una sonrisa.
Así que Lila y Tomás se sentaron junto a Celia y esperaron a que la tortuga contara una historia sobre la importancia de la paciencia mientras miraban las nubes pasar. Después de un rato, continuaron su camino y llegaron a un río. Allí conocieron a un pez dorado llamado Pérez. "¿En qué los puedo ayudar?" "Estamos buscando el Jardín Mágico", dijeron al unísono. "Para llegar, deberán ser generosos", contestó Pérez.
Entonces, decidieron donar algunos de sus dulces a un grupo de patitos hambrientos que pasaban nadando. Los patitos agradecidos les mostraron el camino hacia la otra orilla. Finalmente, llegaron a un hermoso claro lleno de luces brillantes. "¡Mira Lila, creo que hemos llegado!", dijo Tomás maravillado. Allí, en el centro, había un pequeño altar con semillas doradas.
"Estas son las semillas de los besos de felicidad. Pero sólo crecerán si las plantan con amor", explicó una mariposa dorada que apareció de repente. Lila y Tomás se miraron emocionados y decidieron plantar las semillas en el claro.
Después de plantar las semillas, comenzaron a regarlas todos los días, contando cuentos y cantando canciones. Sin embargo, un día, se encontraron con un problema. No habían visto a un grupo de chicos, llamados los Tres Traviesos, que se acercaban con ganas de hacer travesuras. "¿Qué hacen aquí, plantando semillas?", se burlaron. "¡Eso es aburrido!".
Lila, aunque algo asustada, decidió ser valiente y se acercó a ellos. "Estamos creando un jardín de besos de felicidad, ¿no les gustaría venir a jugar?". Los Tres Traviesos se miraron unos a otros, intrigados. "¿Besar flores? No se ve tan mal". Al escuchar eso, Lila y Tomás recordaron lo que había enseñado la tortuga Celia.
"¿Por qué no se quedan y ven lo que sucede?", propuso Tomás. Así que los Traviesos aceptaron y se unieron a Lila y Tomás. Juntos, regaron las plantas y cuidaron el jardín. Con el tiempo, el jardín comenzó a florecer y cada Petite Flor (como llamaron a las flores) comenzó a brillar.
Un día, cuando finalmente las flores estaban listas, comenzaron a liberar pequeños besos de felicidad que volaron por todo el bosque. "¡Miren!", gritó Lila mientras las flores danzaban en el aire. "¡Qué hermoso!", exclamó uno de los Traviesos, que ahora se veía diferente, más amable. De repente, todos alrededor comenzaron a sentirse felices. De pronto, los Tres Traviesos ya no eran solo traviesos; tenían sonrisas sinceras.
"Esto es increíble, Lila y Tomás. Nunca pensé que ayudar a otros podría ser tan divertido", dijo uno de ellos. La felicidad envolvió el claro y el Jardín de los Besos de Felicidad se convirtió en el lugar más espectacular que nadie jamás había imaginado.
Desde entonces, Lila, Tomás y los Tres Traviesos se convirtieron en grandes amigos, cuidando el jardín y trayendo felicidad a todos en Sonrisas. Y así, descubrieron que con amor, paciencia y generosidad, se podían crear maravillas que alegran no sólo a uno, sino a todos a su alrededor. Cada vez que alguien besaba las flores, un hermoso brillo iluminaba el día, y todos aprendieron que la felicidad se multiplica al compartir.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.