El Jardín de Los Colores



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Era un hermoso día de primavera cuando Tomi llegó a su nuevo jardín de infantes. Los rayos del sol iluminaban el patio y las risas de los niños llenaban el aire. Sin embargo, Tomi se sentía diferente. Miraba a su alrededor y su corazón latía rápido. Se encogió, sintiéndose pequeño y perdido.

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Las otras pequeñas cabezas estaban ocupadas jugando a la pelota, a la mancha y soplando burbujas. Tomi, en cambio, pasó junto a ellos sin atreverse a hablar. Se apartó y encontró un rincón del patio donde podía girar y girar, sintiendo cómo el viento acariciaba su rostro.

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"¡Mirá a ese chico! Siempre está girando, ¡parece un trompo!" le dijo uno de los niños.

"Es un loco, no parece jugar como nosotros" respondió otra niña, riéndose.

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Tomi escuchó sus risas, pero no entendía por qué no podían ver lo que él sentía. Buscaba equilibrio en su mundo despilfarrado, donde los colores se mezclaban y danzaban en su mente mientras giraba.

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Pasaron los días, y cada vez que Tomi giraba, los niños se alejaban. A veces estiraba sus brazos como si fuera un pájaro que quería volar.

"¿Qué le pasa a Tomi?" preguntó uno.

"No lo sé, pero no quiero jugar con un loco" replicó otro.

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El niño solitario pensaba que nunca tendría amigos. Sin embargo, un día, mientras giraba más rápido que nunca, se dio cuenta de algo brillante en el suelo. Se agachó y vio un pequeño caracol subiendo por un tronco. Tomi lo siguió durante un tiempo, maravillado por su lento y hermoso movimiento.

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A ese caracol le debía la valentía para acercarse a los otros niños. Se acercó a un grupo que jugaba con arena.

"¡Hola!" dijo con una sonrisa tímida.

"¿Te gusta jugar al escurridizo?" preguntó uno de ellos, señalando la arena.

"Yo… puedo ayudar a construir un camino para el caracol" respondió Tomi, entusiasmado.

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Los niños lo miraron sorprendidos. Sin embargo, se acercaron y comenzaron a crear una carretera de arena. Pronto, todos estaban riendo y disfrutando, y Tomi podría dar rienda suelta a su imaginación.

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Con cada nueva construcción, Tomi se sentía menos aislado. Les contaba historias fantásticas sobre los viajes del caracol, y los otros niños comenzaron a escuchar y a preguntarle más.

"¿Querés que yo lo lleve por el camino?" pidió uno de ellos.

"Sí, ¡vamos a ver a dónde quiere ir!" exclamó Tomi.

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Juntos, comenzaron a jugar con el caracol y a inventar un mundo de aventuras. Así fue como los demás comenzaron a darse cuenta de que Tomi no era un niño loco, sino un niño único con una forma especial de ver el mundo.

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Poco a poco, Tomi se unió al grupo y los días se llenaron de risas y cuentos. Un día, una de las niñas se acercó y, con una sonrisa, le dijo:

"Tomi, nos encanta tu forma de ver todo. ¡Eres muy creativo!"

"¿De verdad?" preguntó Tomi, sintiéndose aliviado.

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A partir de ese día, Tomi no giró solo. Aprendió que los otros niños podían entenderlo y divertirse con él, y descubrió que su manera diferente de conocer el mundo era, en realidad, un regalo que podía compartir.

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Y así, en el jardín de los colores, Tomi se hizo amigo de todos, y juntos, volaron alto en su propio universo de risas y juegos sin fin.

FIN.

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