El Jardín de los Colores Perdidos
En un pequeño pueblo rodeado de montañas vivía una niña llamada Clara, a quien le encantaba pintar. Todos los días, Clara bajaba a la plaza con sus lápices de colores y dibujos para mostrar a sus amigos, que disfrutaban creando historias juntas.
Un día, mientras Clara paseaba por el bosque cercano, descubrió un camino que antes nunca había visto. Curiosa, decidió seguirlo. El sendero estaba lleno de flores silvestres, pero a medida que avanzaba, notó que los colores de las flores se iban desvaneciendo.
- ¿Qué les pasa a las flores? - se preguntó Clara, sorprendida.
Continuó caminando y, al final del camino, se encontró con un hermoso jardín. Sin embargo, al mirar más de cerca, se dio cuenta de que los colores de las plantas eran tenues y apagados.
- ¡Hola! - dijo una voz suave.
Clara se dio vuelta y vio a un pequeño duende llamado Pinta. Tenía grandes ojos brillantes y una sonrisa amigable.
- ¡Hola! Soy Clara. ¿Quién sos? - preguntó entusiasmada.
- Soy Pinta, el guardián de este jardín. Pero, lamentablemente, los colores se han ido. Nadie viene a jugar, y el jardín se ha apagado - respondió el duende, triste.
- ¿Por qué no vienen? - inquirió Clara.
- La gente se ha olvidado de disfrutar los colores y la belleza de la naturaleza. Ahorrar tiempo y vivir apresurados les impide jugar y crear - suspiró Pinta.
A Clara le dio pena ver al duende así. Recordó todos los momentos felices que había pasado pintando y soñando. Decidió ayudar al duende a recuperar los colores del jardín.
- ¡Vamos a llenarlo de colores! - propuso Clara.
Pinta sonrió. - ¡Sí! Pero necesitamos la ayuda de los niños de la aldea. Podrían ayudarnos a pintar cada rincón de este lugar.
Clara corrió de vuelta al pueblo y convocó a todos sus amigos. Les habló sobre el jardín y la necesidad de devolverle a Pinta y a las plantas sus colores. Todos se entusiasmaron y decidieron ayudar.
Al día siguiente, los niños llegaron con pinceles, latas de pintura y, sobre todo, muchas ganas de jugar. Clara y Pinta les mostraron cómo pintar y juntos comenzaron la mágica tarea de devolver el color al jardín.
- ¡Miren los girasoles! - gritó uno de los niños, mientras pintaban alegres amarillos.
- ¡Y este árbol! - agregó Clara, mientras daba pinceladas de verde vibrante.
Mientras los niños pintaban, el jardín comenzó a florecer nuevamente. Los colores regresaban y se llenaba de risas y alegría. Las mariposas y las aves también volvieron, volando en torno al trabajo de los pequeños.
Clara sintió una inmensa felicidad al ver cómo el jardín cobraba vida. El duende Pinta, con lágrimas de alegría, les agradeció a todos.
- Han hecho un trabajo maravilloso. Nunca creí que esto volvería a ocurrir - dijo con una sonrisa eterna.
Una vez que terminaron, el jardín brillaba de colores vibrantes y todos estaban felices. Pero Pinta tenía una idea especial.
- Ahora que hemos recuperado los colores, quiero invitar a todos a que vengan a jugar y pintar cuando quieran. Este jardín será un lugar de alegría y creatividad - anunció el duende.
Clara y sus amigos se miraron y sonrieron.
- ¡Prometemos cuidar este jardín y seguir pintando! - dijeron al unísono.
Desde entonces, el jardín se convirtió en un espacio donde todos los niños del pueblo podían reunirse a crear y jugar. Y, con cada visita, Clara aprendió que los colores no solo están en la pintura, sino también en la amistad y la alegría compartida.
Así, el jardín de los colores perdidos nunca volvió a estar apagado y siempre recordaría al duende Pinta, la niña Clara y un grupo de niños que se unieron para hacer magia. Y al final de cada día, cuando el sol se ponía, el jardín se llenaba de risas, pintando los últimos destellos del día, mientras todos se iban a casa con el corazón lleno.
FIN.