El Jardín de los Derechos



En un colorido vecindario lleno de risas y juegos, vivía un grupo de niños curiosos y aventureros. Un día, decidieron explorar un misterioso jardín que estaba al final de la calle, un lugar del que todos hablaban pero pocos se atrevían a visitar. Se decía que en ese jardín había un árbol mágico que guardaba los secretos de los Derechos Humanos.

Mientras se acercaban, una suave brisa los recibió y las hojas susurraban encantadoras melodías. Al llegar al centro del jardín, encontraron un árbol grandioso, con ramas que parecían tocar el cielo y un tronco grueso y fuerte.

"¡Miren!" - exclamó Sofía, una niña de cabellos oscuros y rizados. "¡Ese árbol tiene una puerta!"

"¿Deberíamos abrirla?" - preguntó Marco, un niño rubio con una gorra. "Podría ser peligroso."

"¡Vamos! No hay nada de qué tener miedo!" - dijo Valentina, con su sonrisa contagiosa. "Seguro que es una gran aventura."

Decidieron abrir la puerta. Al hacerlo, una luz brillante los envolvió y se encontraron en un mundo lleno de colores vibrantes y criaturas sorprendentes. En el centro, un simpático búho los observaba.

"¡Hola, pequeños viajeros! Yo soy Aureliano, el guardián de este jardín. Aquí descubriremos los derechos que todos deben tener."

Los niños estaban fascinados.

"¿Derechos? ¿Qué es eso?" - preguntó Lucas, un niño curioso que siempre hacía preguntas.

"Los Derechos Humanos son como las semillas de este jardín; son cosas que todos necesitamos para crecer y ser felices. Cada uno de ustedes tiene derechos, sin importar quiénes sean o de dónde vengan. ¡Vengan! Les mostraré."

Aureliano los llevó a su primera parada, un estanque brillante donde las ranas y los peces jugaban juntos.

"Este es el derecho a jugar y divertirse." - explicó Aureliano. "Cada niño tiene derecho a disfrutar de su niñez y a jugar, sin importar dónde viva."

"¡Qué lindo!" - dijo Valentina mientras lanzaba piedritas al agua.

Luego, caminando hacia un hermoso campo de flores, Aureliano continuó.

"Aquí está el derecho a ser escuchado. Todos tienen la voz, y es importante que su opinión cuente. ¿Alguna vez han sentido que lo que dicen no importa?"

Todos los niños asintieron.

"¿Y cómo hacemos para que nos escuchen?" - preguntó Lucas.

"Escuchando a los demás y expresándose con confianza, ¡claro!" - respondió Aureliano.

Justo entonces, escucharon un sollozo que vino de detrás de unos arbustos. Al acercarse, encontraron a una pequeña criatura. Era un duende triste llamado Liri.

"¿Qué te pasa, amigo?" - preguntó Sofía, preocupada.

"Me siento solo, porque los demás me ignoran. No me dejan jugar con ellos. No soy tan 'grande', así que creen que no sirvo para nada."

El grupo miró a Aureliano, quien sonrió amablemente.

"Esto nos lleva a otro derecho: el derecho a la igualdad. Todos somos diferentes, y eso es lo que nos hace especiales. Nadie debería ser dejado de lado."

"¡Vamos a invitarlo a jugar con nosotros!" - propuso Marco, emocionado.

Todos los niños dieron la mano a Liri y le dijeron que podía unirse a su juego. Poco a poco, el duende sonrió y se unió a ellos.

Luego, Aureliano los llevó a una zona llena de árboles y flores de diferentes colores.

"Este es el derecho a la diversidad. Cada uno es único, con diferentes talentos y características. Y eso es maravilloso. ¿Qué cosas únicas tienen ustedes?"

Las respuestas llenaron el aire:

"Yo sé cantar muy bien" - dijo Valentina.

"¡Yo dibujo como un campeón!" - dijo Lucas.

"Yo puedo hacer magia con mis manos, ¡miren!" - exclamó Sofía.

"¡Eso es hermoso! Cada uno tiene un don especial que aportar al mundo. Ahora, vamos a la última lección."

Llegaron a un enorme muro lleno de pinturas vivas.

"Esta es la expresión de nuestro derecho a la libertad de opinión. Pueden expresar lo que sienten y piensan. No tengan miedo, sus voces cuentan."

"¿Y qué pasa si lo que opino no es lo que todos piensan?" - preguntó Marco.

Aureliano sonrió. "Eso está bien, siempre y cuando lo digas con respeto. La diversidad de pensamientos hace al mundo más interesante."

Los niños tomaron pinceles y empezaron a pintar. Liri, con su pequeño pincel, se sintió libre y feliz de expresar lo que sentía.

Después de un día lleno de descubrimientos vitales, los niños se dieron cuenta de que no solo aprendieron sobre los derechos sino que también se habían hecho amigos. Una vez más, Aureliano los llevó al árbol mágico.

"Recuerden siempre lo que aprendieron hoy. Cada uno de ustedes tiene un papel importante en este mundo. ¡Cuídense y cuídense los unos a los otros!"

"¡Lo prometemos!" - exclamaron al unísono.

Al abrir la puerta del árbol, los niños volvieron al vecindario, pero esta vez con un nuevo entendimiento de lo que significaba ser amigo y apoyar a los demás. Nunca olvidaron el Jardín de los Derechos Humanes y siempre llevaron esos enseñanzas en sus corazones.

Cada día, compartían sus conocimientos, promoviendo la igualdad, el respeto y la alegría. El jardín permanecía en su memoria, recordándoles la importancia de ser un buen amigo.

Y así, mientras la luna iluminaba el vecindario, esos niños sabían que juntos podían hacer del mundo un lugar mejor, lleno de amor y derechos para todos.

FIN.

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