El Jardín de los Deseos
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una niña llamada Elba. Elba era una niña curiosa y siempre estaba buscando aventuras en cada rincón del lugar.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su casa, encontró una planta muy extraña que nunca antes había visto. Intrigada por la planta, decidió llevarla a casa y mostrarle a su abuelo, Don Amadeo, quien era un anciano sabio y conocedor de las hierbas y plantas del bosque.
Al ver la planta, Don Amadeo se sorprendió y le explicó a Elba que se trataba de una hierba muy especial con propiedades mágicas. "Elba, esta es la hierba de los deseos.
Dicen que si la cuidas con amor y paciencia, te concederá un deseo muy especial", le dijo Don Amadeo con voz misteriosa. Los ojos de Elba brillaron de emoción al escuchar aquellas palabras y decidió cuidar la planta con todo su corazón.
Todos los días regaba la hierba, hablaba con ella y le cantaba canciones para demostrarle su cariño. Pasaron los días y la planta comenzó a crecer de forma sorprendente hasta convertirse en un árbol frondoso con hojas brillantes y flores multicolores.
Una noche de luna llena, mientras Elba dormía plácidamente, escuchó una voz suave que le susurraba al oído. "Elba querida, ha llegado el momento de pedir tu deseo.
Piensa bien en lo que más anhelas en este mundo", decía la voz misteriosa. Elba abrió lentamente los ojos y vio frente a ella a un hada luminosa que emanaba destellos dorados. Sin dudarlo ni un segundo, Elba cerró los ojos fuertemente y pidió su deseo con todo su ser.
Al día siguiente cuando despertó, se dio cuenta de que algo había cambiado en su vida. Se levantó emocionada e corrió hacia el árbol donde crecía la hierba mágica para comprobar si su deseo se había cumplido.
Para su asombro, vio que el árbol estaba lleno de frutos brillantes como gemas preciosas.
Cada fruto representaba uno de los sueños más profundos de Elba: ayudar a los demás, aprender cosas nuevas todos los días, viajar por el mundo entero y encontrar amigos verdaderos. Desde ese día en adelante, Elba supo apreciar el valor del amor incondicional hacia las cosas simples pero especiales como aquella receta misteriosa que le concedió sus deseos más preciados.
Y así vivió feliz para siempre compartiendo sus frutos mágicos con todos aquellos que cruzaban su camino en busca de esperanza y alegría.
FIN.