El Jardín de los Deseos
En un pequeño pueblo, rodeado de montañas y ríos cristalinos, existía un mágico jardín conocido como el Jardín de los Deseos. Este lugar era divino, lleno de flores de todos los colores y árboles que susurraban secretos al viento. Sin embargo, había algo que perturbaba la paz de este jardín: un ser maligno llamado Malagón, que se escondía en las sombras, provocando un grotesco desequilibrio en el lugar.
Los habitantes del pueblo eran conscientes de la influencia de Malagón. Las flores empezaban a marchitarse y los animales huían asustados. Los niños, intrigados por la historia, decidieron investigar. Uno de ellos, Tomás, un chico valiente y curioso, reunió a sus amigos.
"Debemos ir al jardín, hay que descubrir qué sucede realmente", propuso Tomás con determinación.
"Pero ¿y si Malagón nos atrapa? Es un ser malvado", respondió Sofía, con miedo en los ojos.
"Lo enfrentaremos juntos, no podemos dejar que él gane", afirmó Joaquín, más decidido que nunca.
Con un profundo sentido de amistad, se aventuraron al jardín. Al llegar, se dieron cuenta de que el lugar había cambiado. Las flores no solo estaban marchitas, sino que el aire se sentía pesado, antinatural, como si el propio jardín estuviese sufriendo.
Mientras exploraban, se encontraron con un árbol gigante, cuya corteza estaba cubierta de sombras.
"Aquí está Malagón", susurró Tomás.
Al acercarse, el aire se volvió helado y una risa siniestra retumbó por todo el lugar.
"¿Qué hacen aquí, pequeños intrusos?", preguntó Malagón, apareciendo entre las sombras.
"Hemos venido a devolver el equilibrio al jardín y a liberar a las flores", dijo Sofía con una voz temblorosa.
Malagón soltó una risa burlona.
"¿Creen que pueden detenerme? Soy el maestro de la oscuridad y el desencanto. Las flores marchitarse me alimentan.
No se atreven a desafiarme".
Los niños sintieron un escalofrío recorriendo sus espinas frente a la poderosa figura de Malagón. Pero en sus corazones había una chispa de valentía.
"Dime, Malagón, ¿por qué te alimentas del sufrimiento?", preguntó Joaquín, curioso.
"No lo sabrán nunca… O quizás sí. Las sombras son más poderosas que la luz, eso es lo que enseñaré a este jardín, y a ustedes también".
Pero la pequeña Sofía, movida por un impulso, se adelantó y dijo:
"Las sombras solo existen porque hay luz, Malagón. Si el jardín vuelve a florecer, ¿te imaginas lo hermoso que sería?"
Malagón, sorprendido por la audacia de la niña, se quedó silente.
"¿Acaso lo crees posible?" -dijo, menos seguro. "Los buenos sentimientos son simplones, no pueden superar mi poder oscuro".
Los niños se miraron entre sí, prestando atención a las palabras de Sofía.
"Podríamos demostrarlo. Todos juntos podemos invocar la luz del amor y la amistad", sugirió Tomás.
Con el corazón latiendo fuerte, los niños se unieron en un círculo alrededor de Malagón, tomándose de las manos.
"Vamos a demostrar que el amor es más fuerte que el odio", gritó Joaquín.
Entonces, comenzaron a recordar todos los momentos felices que habían vivido, sus risas, sus juegos, el amor que existía entre ellos. Un brillo cálido empezó a emanar de su círculo, y la luz fue creciendo, chocando con las sombras de Malagón.
El ser maligno comenzó a tambalearse mientras la luz lo envolvía.
"No... ¡no puede ser!", girtó, retrocediendo.
Pero mientras más intentaba escapar, más fuerte se volvía la luz. Finalmente, se desvaneció en una nube de oscuridad, dejando atrás un brillo que iluminó todo el jardín.
Las flores comenzaron a brotar, el aire se volvió fresco y las risas de los pájaros regresaron.
Los niños, exhaustos pero felices, se abrazaron mientras el jardín renacía.
"Lo logramos...", dijo Sofía, con una gran sonrisa.
"Sí, y aprendimos que el amor y la amistad siempre superan cualquier mal", concluyó Tomás.
Desde entonces, el Jardín de los Deseos floreció como nunca antes y se convirtió en un lugar donde los niños podían jugar y soñar. Malagón nunca más volvió a ser visto, y aunque el equilibrio es esencial en la vida de todos, el amor fue, y seguiría siendo, su mejor protección y su más potente fuerza.
FIN.