El Jardín de los Enamorados
En la pequeña ciudad de Florentín, había un jardín mágico donde las flores hablaban y creaban amistades entre los jóvenes. Un día, dos amigos, Lía y Tomás, decidieron ir al jardín después de la escuela para compartir un secreto.
"Tomás, tengo algo que contarte", dijo Lía tímidamente.
"¿Qué pasa, Lía? Puedes confiar en mí", respondió Tomás, curioso.
Lía respiró hondo y, con una sonrisa nerviosa, dijo:
"Creo que me gusta alguien... y ese alguien sos vos".
Tomás se quedó sorprendido. Nunca había pensado en su amistad con Lía de esa manera.
"Wow, no sabía que pensabas eso. La verdad, me gustás también, pero tengo miedo de que eso cambie nuestra amistad".
Ambos se miraron, con una mezcla de emoción y miedo. Pero el jardín no tardó en intervenir. La flor más antigua del jardín, la sabionda y colorida Florisabel, escuchó la conversación y decidió ayudarles.
"¡Oh, jóvenes enamorados! Lo mejor es cultivarlo con paciencia. Si ustedes realmente quieren, deben dedicar tiempo a entenderse y a seguir siendo amigos", dijo Florisabel con voz melodiosa.
Lía y Tomás asintieron, sintiendo que lo más importante era la amistad. Así que decidieron seguir visitando el jardín y hacerse preguntas sobre sus sueños y deseos.
Una tarde, mientras estaban en el jardín, una gran tormenta comenzó a formarse. Lía y Tomás buscaron refugio bajo un hermoso árbol, donde compartieron sus miedos y anhelos. La tormenta los unió aún más.
"¿Qué harías si tuvieras un superpoder?", preguntó Tomás, intentando distraer a Lía de la tormenta.
"¡Me encantaría volar! Así podría ver el mundo desde arriba. ¿Y vos?", respondió Lía, iluminándose.
"Yo querría tener el poder de hacer crecer las plantas más rápido, como en este jardín. Así podría ver florecer la amistad".
Con cada charla, el vínculo entre ellos crecía como las flores en el jardín. Pero llegó un momento en que, tras varias semanas de encuentros, Lía sintió que debía tomar un camino diferente. Quería explorar otras amistades y actividades, mientras que Tomás sentía que su cariño por ella crecía más y más.
Un día, Lía le dijo a Tomás:
"Creo que necesito empezar un nuevo ciclo, explorar otras cosas. No quiero que esto se sienta como una obligación".
"Entiendo, Lía. Pero tengo miedo de que esto cambie todo". La tristeza en sus ojos era clara.
Fue entonces cuando Florisabel volvió a intervenir:
"El amor y la amistad son como las flores; a veces hay que dejar que crezcan solos para ver su verdadero esplendor".
Ambos escucharon las sabias palabras de la flor, y decidieron que sería mejor tomar un tiempo para sí mismos, pero siempre guardando un espacio especial en sus corazones el uno para el otro.
Pasaron los meses, y aunque se distanciaron un poco, nunca perdieron la conexión. Cada vez que se encontraban en el jardín, compartían las cosas nuevas que habían aprendido, las amistades que habían cultivado, y cómo habían crecido.
Finalmente, un día, Lía se acercó a Tomás con una propuesta:
"Me encantaría que el 14 de febrero, pudiéramos celebrar la amistad de todos los que hemos conocido en el jardín. Hacer algo especial para recordarnos que, aunque el enamoramiento pueda cambiar, nuestra amistad siempre será importante".
"Me parece una idea genial, Lía. Podemos hacer una fiesta de flores, donde todos traigan una planta que les represente. Así, seguiremos creciendo juntos".
Y así fue como el 14 de febrero se convirtió en el Día del Jardín de los Enamorados, donde amigos y flores se celebraron a sí mismos. Florisabel sonreía radiante, sabiendo que la verdadera amistad y el respeto habían florecido entre Lía y Tomás. A veces, el mejor amor es aquel que nos une sin ataduras, brindándonos la libertad de ser quienes somos, mientras seguimos cuidando lo que más queremos.
Desde ese día en adelante, cada año, el jardín se llenaba de risas y flores, un recordatorio de que lo importante es la amistad, que siempre debe ser cuidada y celebrada.
FIN.