El Jardín de los Juegos Compartidos



Había una vez un niño llamado Lucas que iba a un jardín de infantes muy colorido. Lucas era un niño divertido y curioso, pero había algo que lo hacía diferente: no le gustaba compartir con sus compañeros. Cuando los demás querían jugar con sus juguetes, él siempre decía:

"¡No! Este es mío, y no lo quiero prestar."

Tampoco era muy bueno respetando los turnos. Cuando jugaban en la resbaladilla, se colaba sin importar a quién le tocaba.

"¡Yo primero!"

A veces, cuando algo no le gustaba, Lucas reaccionaba pegando a sus amigos. Un día, mientras estaban en el patio del jardín, ocurrió algo que cambiaría la perspectiva de Lucas.

Mientras todos jugaban con una pelota, alguien le pasó la pelota a Santiago, y Lucas, al ver que no era él quien la tenía, se enojó. Corrió hacia ellos y gritó:

"¡Devuélvanme la pelota!"

Y sin pensarlo, le dio un pequeño empujón a Santiago.

Los demás niños se quedaron en silencio, sorprendidos por lo que había hecho.

"Lucas, eso no se hace," dijo Valentina, una de sus compañeras más grandes.

"Sí, necesitamos jugar juntos y respetarnos," agregó Tomás.

Lucas, al ver la expresión de tristeza en los rostros de sus amigos, se sintió confundido. Sin embargo, continuó jugando sin pensar en lo que había pasado.

Días después, la maestra Lila organizó un día especial de juegos. Ella había preparado un gran circuito con diferentes estaciones de juegos.

"Hoy todos vamos a jugar juntos y a compartir los juguetes. Recuerden, ¡el juego se disfruta más en compañía!" dijo la maestra con una gran sonrisa.

Cuando llegó el momento de jugar, Lucas se encontró con un dilema. Tenía un gran juguete, un camión de bomberos, y quería jugar con él, pero todos sus amigos estaban ocupados en otra estación.

"¿Por qué no lo compartís?" le preguntó Valentina.

Lucas frunció el ceño.

"Pero es mío..."

Entonces se dio cuenta de que jugar solo no era tan divertido. Miró a sus amigos, que se reían y disfrutaban en grupo.

Así que, respirando profundo, decidió probar algo nuevo.

"¿Quieren jugar con mi camión de bomberos?" preguntó Lucas tímidamente.

Los rostros de sus amigos se iluminaron.

"¡Sí!" gritaron al unísono.

De repente, Lucas sintió que una alegría enorme lo invadía.

Jugaron todos juntos, haciendo que el camión de bomberos rescatara a los muñecos que habían caído en el lago del patio. Cada uno se turnaba y, por primera vez, Lucas disfrutó de la risa compartida.

"Esto es divertidísimo," dijo.

Al finalizar el día, la maestra Lila se acercó a Lucas.

"¿Te diste cuenta de que compartir puede ser muy divertido?"

Lucas asintió con la cabeza, con una sonrisa de oreja a oreja.

Desde ese día, Lucas empezó a cambiar. Aprendió a respetar los turnos y a compartir sus juguetes. Sabía que cada vez que lo hacía, el juego se hacía más divertido y que sus amigos estaban felices.

Un día, mientras jugaban en el arenero, se dio cuenta de que Santiago había traído un gran camión de construcción.

"¿Puedo jugar con el tuyo, Santiago?" preguntó Lucas.

Santiago, sorprendido, sonrió y respondió:

"¡Claro, Lucas! Vamos a construir una gran ciudad juntos."

Y así, Lucas comprendió que compartir y respetar a los demás no solo lo hacía un mejor amigo, sino que también lo hacía más feliz. Así, en el jardín de infantes, Lucas dejó de ser el niño que no quería compartir y se convirtió en un gran compañero de juegos.

Desde entonces, el jardín se llenó de risas y juegos compartidos, donde todos se sentían incluidos y felices, gracias a que Lucas dio el primer paso hacia la amistad y la diversión en equipo.

FIN.

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