El jardín de los recuerdos



Era un brillante día de primavera en la ciudad de Colibrí, donde vivía una niña llamada Lucia. Tenía 8 años, y su curiosidad por el mundo la llevaba a explorar todo lo que la rodeaba. Un día, mientras paseaba por el parque, conoció a Don Esteban, un hombre mayor que solía sentarse en un banco con un sombrero de paja y un libro en las manos.

"Hola, abuelo, ¿qué estás leyendo?" - preguntó Lucia, acercándose con una sonrisa.

"Hola, pequeña. Estoy leyendo sobre aventuras en el mar. Pero parece que las más grandes no están en los libros, sino en la vida real," - respondió Don Esteban, con un guiño.

Intrigada, Lucia se sentó junto a él.

"¿Cómo es tu aventura más grande?" - insistió.

Don Esteban, sorprendido por la pregunta, cerró su libro y se acomodó en el banco.

"Oh, he tenido muchas. Pero quizás la más especial fue cuando viajé por el mundo. Estuve en países lejanos, conocí diferentes culturas y sobre todo, hice amigos. Pero también aprendí algo muy importante: nunca debemos olvidar a las personas mayores. A veces, la gente se olvida de nosotros."

Lucia frunció el ceño.

"¿Por qué? ¿No son ellos los que saben más cosas? Es raro..." - dijo, interrogativa.

"Es cierto, mi niña. A veces los niños piensan que ya no tenemos nada que ofrecer, pero eso es un error. Los adultos mayores tienen mucho que enseñar," - le explicó con ternura.

Ese día, Lucia regresó a casa con un nuevo entendimiento. Decidió que estaba hora de pasar más tiempo con su abuela, que siempre contaba historias fascinantes de su infancia. Mientras ayudaba a su abuela María en la cocina, Lucia comenzó a hacerle preguntas.

"Abuela, ¿te gustaría contarme sobre tu aventura más emocionante?" - preguntó emocionada.

"Claro, mi vida ha estado llena de cosas especiales. Pero una vez viajé en tren a las montañas con tu abuelo. Era un viaje largo, y juntos cantábamos canciones. Eso me hizo sentir muy viva..."

Lucia escuchó con atención mientras su abuela revivía esos momentos. Pero, al día siguiente, todo cambió. Lucia recibió una triste noticia: Don Esteban había sufrido una caída y no podía volver al parque por un tiempo.

Al enterarse, Lucia se preocupó.

"¡No! ¿Y quién va a contarme sobre sus aventuras? Yo quiero ayudarlo!" - exclamó.

Convencida, Lucia decidió hacer algo especial. Con papeles de colores, comenzó a crear una tarjeta de ánimo.

"Hola, Don Esteban. Espero que te mejores pronto. Me encantaría que compartas más historias de tus aventuras. Te mandamos un abrazo muy grande," - escribió con entusiasmo.

Unos días después, llevó la tarjeta al hospital. Allí, encontró a Don Esteban sentado en una cama, rodeado de flores.

"Lucia, qué alegría verte. ¿Qué has traído?" - preguntó con una sonrisa que iluminó el cuarto.

"Te traje una tarjeta, porque quiero escuchar más de tus historias. Y te prometo visitarte todos los días si quieres," - respondió con sinceridad.

Los ojos de Don Esteban se llenaron de lágrimas.

"¿Sabes? Así como yo solía contar mis historias, ahora tú también has decidido ayudarme. No hay nada más valioso que la compañía de un niño. Es el mejor remedio," - dijo emocionado.

Con el tiempo, Lucia no solo visitó a Don Esteban, sino que también organizó una pequeña reunión en su casa con otros amigos y sus abuelos. En ese encuentro, todos compartieron anécdotas y risas.

"Nunca pensé que escuchar historias de adultos mayores sería tan divertido!" - exclamó un amigo de Lucia.

"Es que tienen tanto que enseñarnos, y muchas veces sólo necesitamos prestar atención," - respondió ella, mientras todos asentían.

Así, el jardín de los recuerdos de Don Esteban y de todos los abuelos se llenó de flores y risas. Lucia aprendió que cuidar y respetar a los adultos mayores no era sólo un acto de amabilidad, sino una puerta a un mundo lleno de historias y aventuras. Al final, todos habían ganado: los niños, porque aprendieron a valorar la sabiduría de sus mayores, y los adultos, porque se sintieron queridos y escuchados.

Desde ese día, cada vez que Lucia veía a alguien mayor, lo saludaba con respeto y una gran sonrisa. Y, sobre todo, nunca olvidó lo que Don Esteban le enseñó: el valor de escuchar y cuidar a quienes tienen tanto por contar.

FIN.

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