El jardín de los recuerdos



Era un soleado día en la ciudad de Buenos Aires cuando Lucas, un niño de ocho años, llegó de la escuela a casa. Se sentía un poco extraño, y al entrar, se encontró con que su mamita estaba sentada en el sillón, con la mirada triste.

- Mamá, ¿qué pasa? - preguntó Lucas, alarmado.

- Lucas, cariño, tengo algo que decirte... - dijo su mamá con voz suave. - Fifi ha partido a un lugar especial.

Lucas no entendía del todo, pero sabía que Fifi era su adorada perrita. Había estado con él desde que era tan pequeño, siempre ladrando de alegría y moviendo la cola como un torbellino.

- Pero, ¿por qué? - inquirió Lucas, sintiendo cómo una tristeza profunda se colaba en su pecho. - ¿Dónde está Fifi?

- Fifi se ha ido, pero siempre estará en nuestros recuerdos - explicó su mamá.

Con el tiempo, la tristeza de Lucas se fue convirtiendo en un gran vacío. Sus amigos en el colegio no entendían por qué no quería jugar a la pelota ni correr en el recreo, y la casa se sentía más silenciosa sin los ladridos de Fifi.

Una tarde, mientras miraba las fotos de Fifi, tuvo una idea.

- ¡Mamá! - exclamó, con esa chispa en los ojos que lo caracterizaba. - ¿Por qué no hacemos un jardín de recuerdos para Fifi?

- ¡Eso suena maravilloso, Lucas! - respondió su mamá entusiasmada. - Podemos plantar flores y poner una foto de ella.

Esa semana, Lucas y su mamá se pusieron manos a la obra. Fueron al vivero, compraron varias plantas de colores, y con cada semilla que sembraban, Lucas compartía un recuerdo de Fifi.

- Recuerdo cuando Fifi le ladró al cartero por primera vez - dijo Lucas mientras plantaba una petunia.

- Y cuando la llevamos a la playa y le encantó correr en la arena - agregó su mamá, mientras plantaba una lavanda.

Poco a poco el jardín tomó forma, y un día decidieron tener una pequeña ceremonia.

- Quiero invitar a mis amigos - dijo Lucas, con una gran sonrisa. - Ellos también amaban a Fifi.

- Una gran idea, cariño - respondió su mamá.

El día de la ceremonia, los amigos de Lucas llegaron con flores. Juntos, compartieron sus recuerdos sobre Fifi.

- ¡Era la perra más alegre que conocí! - dijo Sofía, una amiguita de la escuela.

- Y siempre me ayudaba a encontrar mi pelota - agregó Tomi.

Lucas se sintió contento.

- Fifi siempre estará con nosotros en nuestros corazones - dijo, mientras cada uno de ellos colocaba una flor en el jardín.

Esa noche, mientras miraba por la ventana su nuevo jardín, Lucas se dio cuenta de que aunque Fifi ya no estaba físicamente, siempre llevaría sus recuerdos en su corazón.

- Te quiero, Fifi - dijo en voz baja. Y sintió una brisa suave que como un abrazo lo envolvía, como si Fifi estuviera allí presente.

Desde ese día, cada vez que Lucas tendría momentos tristes, sabía que podía ir al jardín y recordar todos esos momentos felices. Y así, con el tiempo, la tristeza fue transformándose en una dulce sonrisa, recordando a su querida perrita como un verdadero tesoro en su vida.

FIN.

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