El Jardín de los Recuerdos
En un pequeño pueblo, había un niño llamado Tomás que tenía un jardín mágico en su mente. Cada vez que aprendía algo nuevo, una semilla se plantaba en ese jardín. Con el tiempo, se dio cuenta de que algunos recuerdos crecían fuertes y hermosos, mientras que otros parecían marchitarse.
Un día, Tomás decidió que quería recordar todas sus aventuras, así que salió a recorrer su jardín. Se encontró con una planta llena de flores rojas que le recordaba cuando aprendió a andar en bicicleta.
"¡Mirá cuántas flores!" - exclamó emocionado Tomás.
De repente, notó una parte del jardín cubierta de malezas. Esa zona, aparentemente olvidada, tenía una pequeña planta marchita.
"¿Por qué estás tan triste, amiguita?" - le preguntó.
"Soy una semilla de amistad. Me plantaste, pero parece que no regaste mis raíces. Cuando dejaste de jugar con tus amigos, me olvidaste" - respondió la plantita con voz suave.
Tomás, apesadumbrado por lo que escuchó, sintió que era el momento de cuidar de ella.
"No te preocupes, voy a ayudarte. Iré a jugar con mis amigos y así volverás a florecer" - dijo decidido.
A la mañana siguiente, Tomás convocó a sus amigos a jugar al parque. Mientras reían y corrían, su jardín mental empezó a llenarse de risas y alegría. Notó que, al jugar, la planta marchita comenzó a crecer y a llenarse de hojas verdes.
"¡Miralo! ¡Estás floreciendo!" - gritó Tomás, emocionado.
"Gracias por acordarte de mí. La amistad es como el sol que me hace crecer" - respondió la plantita.
Sin embargo, Tomás también se dio cuenta de que había otros recuerdos olvidados. Uno de ellos era el momento en que aprendió a cocinar con su abuela.
Decidido a revivirlo, se inscribió en un taller de cocina del barrio.
Cuando salió, su jardín se iluminó con colores amarillo y verde, como si las flores de ese día brillasen con alegría.
"Nunca más te olvidaré, querida abuela. Vamos a cocinar más juntos" - dijo Tomás mientras acariciaba una nueva planta que brotaba a su lado.
Con el tiempo, Tomás comprendió que debía cuidar su jardín con dedicación, regando no solo sus recuerdos, sino también los de sus amigos y su familia. Todos esos momentos felices eran como las flores que debían florecer.
Al final del día, Tomás se sentó en su jardín rodeado de colores y formas variadas.
"Gracias, jardín. Prometo visitarte siempre y recordar la magia de aprender y compartir" - susurró mientras sonreía.
Desde entonces, Tomás cuidó su jardín de la memoria con tanto esmero que cada nuevo aprendizaje se convertía en una flor radiante, recordándole que la vida estaba llena de momentos hermosos por descubrir y compartir.
FIN.