El jardín de los sentimientos
Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Arcoíris, famoso por sus hermosos jardines llenos de flores de todos los colores. En el centro del pueblo, había un jardín muy especial, al que todos llamaban 'El jardín de los sentimientos'. Este lugar era mágico, pues sus flores creaban un ambiente donde las personas podían sentir lo que otros sentían.
Los niños de Arcoíris adoraban jugar en ese jardín, y entre ellos estaban Sofía y Tomás, dos amigos inseparables. Un día, mientras exploraban las flores, Sofía se detuvo frente a una planta que lloraba.
"¿Por qué lloras, flor?" -preguntó Sofía, admirando sus pétalos desgastados.
"Lloro porque ningún niño se ha dado cuenta de mi tristeza. Me siento solita," -respondió la flor, entre suspiros.
Sofía miró a su alrededor y vio que, efectivamente, todos jugaban ajenos a la flor. Tomás, al escuchar la conversación, se acercó curioso.
"¿No entendés que no podemos ayudar a una flor triste?" -dijo, con una sonrisa despreocupada.
Sofía, sin embargo, se sintió identificada.
"Pero debemos intentar ayudarla… ¿Acaso no tenemos un jardín lleno de colores?" -propuso Sofía, con un brillo en sus ojos.
Tomás frunció el ceño.
"Ayudar a una flor no es tan fácil. Necesitamos más que solo un par de palabras."
Sofía, decidida, pensó en una manera de hacer sentir a la flor que no estaba sola.
"Sí podemos, Tomás. Busquemos a otras flores tristes y juntos formaremos un grupo. Tal vez al compartir nuestros sentimientos, las flores se sientan mejor."
Tomás, viendo la determinación de su amiga, decidió acompañarla.
Juntos empezaron a recorrer el jardín, encontrando más flores que lloraban: una flor amarilla que sentía envidia de las demás, una rosa que estaba triste porque sus espinas hacían que nadie se acercara, y una orquídea que extrañaba la compañía de su hermana que había sido llevada a un jardín lejano.
"¿Qué podemos hacer para que se sientan mejor?" -preguntó Sofía a la flor amarilla.
"No sé, me siento tan sola..." -respondió la flor amarilla.
Tomás tuvo una idea brillante.
"¡Podemos hacer una fiesta de flores! Cada uno puede expresar lo que siente y compartir sus historias. Tal vez así, nos unamos y nos entendamos mejor."
Sofía asintió emocionada. Con su ayuda, organizó la fiesta para el día siguiente. Invitaron a todas las flores del jardín, y también a los niños del pueblo. Promovieron la idea de la empatía, de escuchar y entender los sentimientos de los demás.
El día de la fiesta, cada uno llevó algo especial: algunas flores, risas e historias. El jardín se llenó de colores y alegría.
"¡Qué lindo que es compartir con ustedes!" -dijo la flor rosa, y las demás flores asintieron con entusiasmo.
Al final del día, cada flor pudo contar su historia y compartir sus sentimientos. Las lágrimas se convirtieron en risas y abrazos.
"Ahora me siento mejor, gracias a todos ustedes," -dijo la flor que antes lloraba.
Sofía y Tomás, felices, miraron cómo el jardín había cambiado. No solo las flores se sentían mejor, sino que los niños también habían aprendido la importancia de la empatía:
"Cada uno tiene sus propios sentimientos y aunque no los entendamos, siempre hay que escuchar y ayudar" -dijo Tomás.
Desde ese día, el jardín de los sentimientos no solo fue un lugar de juegos, sino también un refugio donde todos podían sentir y compartir, y Sofía y Tomás aprendieron que la empatía es la mejor manera de hacer un mundo más bonito.
Y así, el jardín floreció más que nunca, lleno de risas, colores y la promesa de que siempre habría alguien con quien compartir los sentimientos.
FIN.