El Jardín de los Sentimientos



Cristhina era una chica alegre y harto curiosa, como cualquier otra de su edad. Vivía en un vecindario colmado de risas y juegos, donde los niños pasaban sus días en un alegre torbellino de actividades. Sin embargo, para Cristhina, cada día era un poco más especial porque su mejor amiga, Valentina, compartía con ella todos esos momentos.

Las dos eran inseparables. Juntas iban al colegio, jugaban en el parque y compartían secretos en la habitación de Cristhina mientras hacían pulseras de colores. Pero Cristhina guardaba un secreto muy grande: estaba enamorada de Valentina. En su corazón, había una floresta de sentimientos que crecía a pasos agigantados, pero el miedo a perder la amistad la mantenía en silencio.

Un día, en el parque, mientras las hojas de los árboles danzaban con el viento, Valentina dijo:

"Cristhina, ¿te gustaría hacer un club secreto solo para nosotras?".

Cristhina se sintió llena de emoción y respondió:

"¡Sí! ¡Eso sería increíble!".

"Podemos llamarlo el Jardín de los Sentimientos. Cada vez que venga, podré decirte cómo me siento sobre todo, y tú también...".

La idea de Valentina iluminó el corazón de Cristhina, pero una pequeña voz dentro de ella cuestionaba si debería compartir su propio sentimiento especial por su amiga.

Los días pasaron, y el Jardín de los Sentimientos se llenó de anécdotas, risas y también de secretos. Cristhina escuchó los relatos de Valentina sobre sus sueños, sus miedos y sus amores, pero cada vez que la conversación amenazaba con llegar a los sentimientos de Cristhina, ella se quedaba callada.

Una tarde, mientras estaban sentadas en la cima de una colina y el sol se ponía a sus espaldas, Valentina rompió el silencio:

"Cristhina, tengo algo importante que decirte...". Su voz estaba temblorosa, y Cristhina la miró fijamente.

"¿Qué pasa? ¡Contame!".

"Te prometí que este sería un lugar seguro para compartir lo que sentimos. Y yo quiero ser sincera contigo... me gusta un chico del colegio, pero...". La voz de Valentina se fue apagando al ver la mirada melancólica de Cristhina.

"Pero... ¿y si no me gusta un chico?". La incertidumbre y la confusión inundaron el cabeza de Cristhina.

- Cristhina, si no te gusta un chico, eso está bien; cada uno siente lo que siente. El amor también puede significar lo que compartimos vos y yo, ¡una fuerte conexión!".

El corazón de Cristhina dio un vuelco. Estaba al borde de hablar, pero el miedo la frenaba.

"Valentina, no sé si puedo...".

"Todo está bien, Cristhina. Estoy aquí para escucharte".

Era el momento. Cristhina tomó aire y se armó de valor:

"Yo... yo creo que estoy enamorada de vos.".

Valentina la miró sorprendida, pero su expresión poco a poco cambió a una más brillante.

"¿De verdad?".

Cristhina asintió, sus mejillas ardían de nervios.

"Siempre quise decirte, pero tenía miedo de arruinar nuestra amistad".

Valentina sonrió ampliamente, como un rayo de sol en una mañana nublada:

"Yo también siento algo especial por vos. No sabía cómo decírtelo, pero siempre lo he sentido...".

Cristhina sintió que un peso se levantaba de sus hombros. Estaba asombrada. El amor que había guardado en su corazón desde hacía tanto tiempo también era un sentimiento compartido.

A partir de ese día, Cristhina y Valentina aprendieron a navegar juntas por este nuevo terreno lleno de emociones. Jugaron con sus nuevos sentimientos, pero nunca olvidaron la base de su amor: la amistad. Se prometieron siempre ser sinceras el uno con el otro y cuidar el Jardín de los Sentimientos, donde las flores del amor y la amistad florecerían por siempre.

Y así, cada vez que sentían un nuevo tipo de emoción, sabían que tenían un lugar seguro para expresarse, fuera de la alegría o de la tristeza. La amistad, como el amor, podía crecer en formas inesperadas y seguir siendo hermosa, emocionante y, sobre todo, sincera.

Créditos: Cristhina y Valentina se dieron cuenta de que el amor puede llegar de muchas maneras, y la amistad es el lazo que, cualquier sea la forma, nunca debe perderse. Las relaciones se construyen con honestidad y respeto, y el Jardín de los Sentimientos siempre florece con sinceridad.

FIN.

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