El Jardín de los Sueños
Había una vez, en la pequeña ciudad de Florencia, un niño llamado Mateo. Él era un niño alegre, lleno de energía, pero un día se despertó con un nublado en el corazón. Miró por la ventana y vio que todo estaba gris y apagado.
"Hoy no tengo ganas de jugar", pensó Mateo, mientras dejaba su pelota en el rincón.
Su madre, que lo observaba, se acercó con una sonrisa.
"¿Qué te pasa, Mateo?"
"No sé, mamá. Todo parece tan triste hoy" respondió.
Su madre se agachó a la altura de su hijo y le dijo, "A veces, cuando el cielo está gris, es el momento perfecto para buscar un arcoíris dentro de nosotros. ¿Por qué no salimos a dar un paseo por el parque?"
Mateo dudó un instante, pero al final asintió. Se puso su abrigo y salió al frío aire. A medida que caminaban, su madre le habló de un lugar especial que había oído de otros niños en la escuela.
"Dicen que hay un jardín mágico al final del parque donde los sueños se hacen realidad. ¿Te gustaría buscarlo?"
Los ojos de Mateo se iluminaron al pensar en aventuras. "¡Sí! Vamos a encontrarlo!" dijo con entusiasmo.
Caminaron largo rato hasta llegar a un rincón del parque que Mateo nunca había visto. Las flores ahí eran de colores vibrantes, y en el centro había un enorme statue de un gnomito con una gran sonrisa.
"Parece que este es el lugar", dijo su madre. "Dicen que si le cuentas al gnomito tu tristeza, él te ayudará a encontrar la alegría".
Mateo se acercó cautelosamente al gnomito. "Hola, señor Gnomito. Me siento un poco triste y..."
Pero antes de que pudiera continuar, la tierra empezó a temblar ligeramente, y de repente, del suelo comenzaron a brotar pequeñas luces de colores.
"¡¡Wow! !" exclamó Mateo, retrocediendo un poco con los ojos abiertos como platos.
Las luces tomaron forma de pequeños duendes. Uno de ellos se presentó diciendo, "Hola, soy Chispita. Estamos aquí para ayudarte a encontrar tu alegría. Pero primero, necesitamos que nos ayudes a completar nuestra misión".
"¿Qué misión?" preguntó Mateo intrigado.
"Cada vez que soñamos, olvidamos algo importante. Necesitamos que nos ayudes a reunirlo para que podamos volver a brillar como antes".
"¿Qué tenemos que hacer?" dijo Mateo, sintiendo que su tristeza se desvanecía un poco.
Chispita respondió, "Tendrás que encontrar tres elementos mágicos en este jardín. El primer elemento es la risa de un niño feliz, el segundo es un recuerdo especial y el tercero es una canción que haga bailar a todos. ¿Estás listo para el desafío?"
Mateo asintió con determinación.
"Sí, ¡vamos a encontrarlo juntos!"
Los duendes guiaron a Mateo hacia un grupo de niños que estaban jugando.
"Para encontrar risas, ¡necesitamos hacer algo divertido!" dijo Mateo. Así que todos se unieron a un juego de escondidas. Las risas pronto llenaron el aire y Mateo, por primera vez en el día, sonrió genuinamente.
"¡Lo hicimos! Ahora tenemos la risa!" exclamó lleno de energía.
Luego, Chispita recordó, "Ahora necesitamos un recuerdo especial. ¿Tienes alguno?"
Mateo cerró los ojos y recordó su último cumpleaños, cuando todos sus amigos llegaron a casa con torta y globos. "Sí, tengo un gran recuerdo!"
"¿Puedes compartirlo con nosotros?" preguntaron los duendes. Mateo conto cada detalle con entusiasmo y todos aplaudieron.
"¡Increíble! Ahora sólo falta encontrar una canción que haga bailar a todos!" dijo Chispita.
Mateo se acordó de una canción que su abuela le cantaba y decidió que la cantarían juntos.
"¡Canten conmigo!" gritó emocionado. Todos comenzaron a cantar y a bailar, creando una fiesta mágica en el jardín.
Justo en ese momento, las luces comenzaron a brillar intensamente y el gnomito sonrió, "Han cumplido con su misión. Gracias por ayudar a mis amigos duendes a encontrar lo que habían perdido".
Mateo se dio cuenta de que a medida que ayudó a los duendes, su corazón se llenaba de alegría.
"La tristeza se va cuando compartimos y hacemos felices a los demás" pensó.
"Ahora, ¿qué pasará con nosotros?" preguntó.
"Siempre que quieras, puedes volver a este jardín y encontrarás la alegría dentro de ti mismo" respondió el gnomito con una sonrisa.
Mateo se despidió de los duendes y del gnomito, con una gran sonrisa en su rostro. Regresó a casa sintiéndose ligero, con el corazón lleno de colores. Al final del día, miró el cielo y, aunque seguía nublado, se dio cuenta de que su propio arcoíris había brotado dentro de él. Desde ese día, Mateo supo que podía encontrar la alegría siempre que compartiera y hiciera felices a los demás.
Y así, cada vez que se sentía triste, recordaba su aventura en el jardín y cómo, a pesar de las nubes, siempre había un arcoíris esperando ser descubierto.
FIN.