El Jardín de los Sueños



Había una vez en un pequeño pueblo un conocido psicólogo pedagogo llamado Nicolás. A Nicolás le encantaba ayudar a los niños a descubrir su potencial y a soñar en grande. Tenía un jardín especial donde cada planta representaba un sueño de los pequeños que pasaban por su consulta.

Un día, se le ocurrió organizar un taller de sueños. Así, invitó a todos los chicos del barrio a participar. El taller se llamaba "Catalogar Sueños" y consistiría en que cada niño viniera a contarle su sueño, mientras él los ayudaba a entender el camino para lograrlo.

"Hola Nicolás, yo quiero ser fotógrafo", dijo Clara, una niña de sonrisa amplia y ojos curiosos.

"¡Eso es maravilloso, Clara! ¿Y qué te gustaría fotografiar?", le preguntó Nicolás con entusiasmo.

"Me gustaría capturar los momentos especiales, como los que pasan entre amigos o los atardeceres en el lago", respondió Clara entusiasmada.

Esa misma tarde, Nicolás decidió que los sueños deberían ser más que solo palabras, así que organizó otro taller llamado "Diálogo de Sueños". Era un espacio donde cada niño podía discutir sobre los sueños de los demás. Allí se encontró con Lautaro, un chico que quería ser un cosmólogo, pero no sabía mucho de estrellas.

"Lautaro, ¿sabías que los cosmólogos estudian el universo y los planetas? Deberías leer más sobre ellos", le sugirió Nicolás.

"¡Genial! Igual, me parece que la física es muy difícil", contestó Lautaro, un poco desanimado.

"Lo es, pero como todo en la vida, se aprende paso a paso, como un cronólogo que investiga el tiempo", le explicó Nicolás, tratando de motivarlo.

Mientras tanto, Clara seguía soñando con su carrera como fotógrafa. Cada semana iba al taller de Nicolás, pidiendo consejos sobre cómo mejorar sus habilidades. Una tarde, Nicolás le sugirió que se sumara a un concurso de fotografía local.

"Al hacerlo, podrás mostrarle a todos tus fotos y explorar el mundo a tu manera", le dijo, lleno de entusiasmo.

"Pero, ¿y si los jurados no le gustan mis fotos?", preguntó Clara con nerviosismo.

"¡No te preocupes! Lo importante es contar una historia con tus imágenes. Al final, se trata de expresar lo que sientes. Esa es la parte más valiosa", respondió Nicolás, convencido.

Movida por la confianza de Nicolás, Clara decidió participar en el concurso. Preparó su cámara y salió al parque, capturando cada instante, cada rayo de sol, cada sonrisa. Una de las fotos que tomó fue de Lautaro, con la vista perdida en el cielo, soñando con sus estrellas.

Llegó el día del concurso y todos estaban ansiosos. El fotógrafo famoso que evaluaría las obras de los niños era un viejo amigo de Nicolás. El ambiente estaba lleno de emoción y nervios. Clara, desde su lugar, observaba las fotos de todos sus compañeros. Había un amigo que había presentado una serie sobre la vida acuática en el lago y le encantó la idea.

Cuando llegó el momento de los resultados, el fotógrafo miró cada foto con atención. Luego, se dirigió al escenario.

"La fotografía que logró capturar la esencia de los sueños, y que se atreve a mirar el mundo de una manera nueva, es la de... ¡Clara!", proclamó.

Los aplausos resonaron en el lugar. Clara no podía creerlo. Nicolás la abrazó con felicidad.

"Sabía que eras capaz de lograrlo", dijo, destacando la valentía de ella por enfrentar sus miedos.

Y así, Clara se convirtió en una pequeña fotógrafa reconocida, y Lautaro siguió soñando con las estrellas, apoyándose en los consejos de su amigo Nicolás. Pronto, el jardín de Nicolás se llenó de nuevos sueños, mientras los niños iban y venían, llevando consigo la confianza y la ilusión de que todo es posible si uno se anima a explorar y expresar sus deseos. Y así, con cada amanecer, nuevas plantas florecían en su jardín, simbolizando las historias y sueños de la niñez, porque cada sueño tiene su momento y su espacio en el mundo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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