El jardín de los sueños
En un pequeño pueblo llamado Colibrí, había un jardín que siempre había estado cubierto de malas hierbas y flores marchitas. Los niños del lugar pasaban por allí, siempre deseando que un día ese jardín se convirtiera en un lugar mágico y lleno de vida. Pero nadie sabía por dónde empezar a hacerlo.
Una tarde, mientras jugaban cerca del jardín, tres amigos decidieron hacer algo al respecto. Sofía, una niña curiosa con una gran imaginación, miró a sus amigos, Tomás, amante de las aventuras, y Lucía, la más pequeña y llena de energía.
"¡Vamos a hacer que este jardín sea especial!" - dijo Sofía con entusiasmo.
"Pero, ¿cómo lo hacemos?" - preguntó Tomás, frunciendo el ceño.
"Podríamos plantar semillas", sugirió Lucía, saltando de emoción.
El grupo se llenó de ideas. Después de discutirlo, decidieron que cada uno traería una semilla diferente y la plantarían juntos.
Los días siguientes estuvieron llenos de preparativos. Sofía fue a la tienda de jardinería y, con sus ahorros, compró semillas de girasoles.
"¡Mirá lo grandes que van a crecer!" - exclamó Sofía, sosteniendo el paquete de semillas.
Tomás, por su parte, eligió semillas de calabazas.
"¡Vamos a tener calabazas enormes!" - dijo, con una risa contagiosa.
Y Lucía, con su energía desbordante, trajo semillas de rosas.
"¡Las rosas serán la parte más bella del jardín!" - gritó, girando en su lugar mientras los demás reían.
Finalmente, el día de la siembra llegó. Armados con palas y regaderas, se encaminaron hacia el jardín, listos para hacer realidad su sueño.
Pero al llegar, se encontraron con un desafío. El jardín estaba cubierto de piedra, y era muy difícil encontrar un lugar donde plantar.
"Esto no nos puede detener. ¡Podemos hacer que funcione!" - dijo Sofía, mirando decididamente a sus amigos.
Tomás tuvo una idea:
"Si no podemos plantar en la tierra, ¡podemos hacer trenes de flores!" - sugirió.
"¿Cómo es eso?" - preguntó Lucía, un poco confundida.
"Peguemos las semillas en las piedras y luego abramos un camino con flores que nos lleve a este jardín. ¡Así parecerá mágico!" - explicó Tomás con una gran sonrisa.
Con nuevas fuerzas, los tres comenzaron a trabajar. Lucía pegó las semillas en las piedras, mientras Tomás y Sofía hacían un camino lleno de color. Al finalizar, el jardín parecía diferente. Las flores comenzaban a brotar, y aunque no desde la tierra, el lugar cobró vida de una manera única.
Con el paso de los días, más niños del pueblo se unieron a ellos. Se sorprendieron al ver el jardín transformarse en un lugar lleno de color y belleza.
"¡Miren, las semillas están creciendo!" - gritó Lucía, llena de alegría.
Pero, a la semana, se dieron cuenta de que muchas de las flores no estaban creciendo como habían pensado. Las noches de frío estaban dañando las semillas,
"No puede ser, todo lo que hacemos se está yendo. ¿Qué vamos a hacer ahora?" - preguntó Tomás, desilusionado.
"No podemos rendirnos", dijo Sofía. "Tal vez debamos aprender más sobre cómo cuidar las flores. ¡Podríamos pedirle ayuda a la abuela Rosa!"
Rápidamente fueron a visitar a la abuela Rosa, que sabía todo sobre plantas.
"¡Hola, niños! ¿Qué les trae por aquí?" - dijo amablemente la abuela.
"Queremos hacer un jardín especial, pero no está creciendo bien..." - explicó Lucía con tristeza.
La abuela sonrió, y les ofreció su ayuda. Pasaron las tardes con ella, aprendiendo sobre el sol, el agua y el amor que las plantas necesitan.
"Cada flor tiene su propio secreto, y lo importante es entender lo que cada una necesita" - dijo la abuela mientras les enseñaba a cuidar sus plantas.
Con la ayuda de la abuela, retaron las dificultades y poco a poco, el jardín comenzó a florecer. Las semillas que anteriormente estaban muy tristes empezaron a asomarse.
"¡Miren, están floreciendo!" - gritó Lucía, saltando de alegría.
Al cabo de unas semanas, el jardín de Colibrí se había transformado completamente. Había girasoles que se alzaban hacia el cielo, calabazas que cretcían grandes y hermosas, y rosas de colores vibrantes.
El jardín se había convertido en el lugar favorito de todos los niños del pueblo, y pronto se llenó de risas y juegos.
"Nunca hubiera pensado que podríamos hacerlo" - dijo Tomás con una sonrisa, mirando el jardín lleno de vida.
"Todo comienza con una pequeña idea y muchas ganas de hacerlo" - aseguró Sofía, recordando su primer impulso.
Desde ese día, los niños aprendieron que no importa cuán difícil se presente un camino, siempre se puede encontrar una solución si trabajan juntos y perseveran. Y el jardín de los sueños no solo se convirtió en un lugar mágico, sino en el símbolo de lo que podían lograr si unían sus fuerzas y se cuidaban unos a otros.
Y así, el jardín siguió floreciendo, lleno de colores, risas y sueños por realizar.
Cada año, en el aniversario de su jardín, se organizaba una gran fiesta en la que todos los niños y adultos del pueblo se reunían para celebrar la vida y la amistad. Y así, aprendieron que cualquier cosa sobre algo puede ser posible si creen en sí mismos y se ayudan entre amigos.
FIN.