El Jardín de los Sueños



Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Esperanza, donde todos los habitantes eran felices, pero había un chico llamado Tomás que nunca sonreía. Tomás pasaba sus días sentado en una esquina, observando a los demás jugar y reír. La gente del pueblo sabía que era un buen chico, pero no podían entender por qué siempre lucía tan triste.

Un día, mientras Tomás miraba el cielo, una mariposa de colores brillantes aterrizó a su lado.

"Hola, chico. ¿Por qué no juegas con los demás?" - preguntó la mariposa.

"No sé, no me divierte nada. Todo es aburrido aquí" - respondió Tomás con un suspiro.

La mariposa agitó sus alas con alegría.

"¿Sabías que hay un jardín mágico en el bosque que puede hacer que tus sueños más profundos se hagan realidad?" - le dijo.

Tomás se sorprendió.

"¿Un jardín mágico? No creo que exista. Solo son cuentos para niños" - dijo desanimado.

"Entonces, ¿por qué no lo comprobás?" - le sugirió la mariposa. Tomás miró hacia el bosque, dudando. Pero un pequeño brillo de esperanza se encendió en su corazón.

Esa tarde, decidió aventurarse en el bosque. Tras caminar durante un rato, llegó a un claro lleno de flores brillantes y árboles frutales. En el centro había un enorme árbol con una puerta misteriosa. Se acercó y, temblando de emoción, tocó la puerta. Esta se abrió de golpe y, sorprendido, Tomás entró al jardín.

Dentro, se encontró con un mundo increíble: los árboles hablaban, las flores cantaban y los ríos danzaban. Allí también conoció a un dragón amistoso llamado Drago.

"Hola, pequeño aventurero. Bienvenido al Jardín de los Sueños" - rugió Drago con una sonrisa.

"¿Es cierto que aquí los sueños se hacen realidad?" - preguntó Tomás, sus ojos brillando de curiosidad.

"Sí, pero hay una pequeña tarea que debes completar primero" - continuó Drago. "Debés ayudar a tus nuevos amigos a encontrar lo que han perdido."

Tomás se preguntó cómo podía ayudar a alguien si él mismo no estaba seguro de lo que quería. Pero el dragón le tomó la mano y juntos comenzaron a buscar.

Primero encontraron a una tortuga que había perdido su caparazón.

"No puedo ir a ningún lado sin mi caparazón " - lloró la tortuga.

"Lo siento mucho. ¿Cómo podemos encontrarlo?" - preguntó Tomás.

"Debemos preguntarle a los búhos, ellos ven todo desde las alturas" - sugirió Drago.

Y así lo hicieron. Tras una divertida conversación, los búhos revelaron que el caparazón estaba atrapado en un arbusto espinoso.

Tomás, junto con Drago, se acercó al arbusto y, con mucho cuidado, lo liberaron. La tortuga, muy agradecida, sonrió.

"¡Gracias! Ahora puedo moverme y jugar con todos" - gritó felizmente.

Al ver la alegría de la tortuga, Tomás sintió una calidez en su corazón. Juntos, continuaron ayudando a otros animales en el jardín, una ardilla perdida, un pájaro asustado y una flor marchita. Cada amigo que ayudaban hacía que Tomás sonriera un poco más.

Finalmente, cuando pensaron que habían ayudado a todos, Drago lo miró con complicidad.

"Tomás, ¿te has dado cuenta de algo? Has estado tan ocupado ayudando que olvidaste tus propios problemas" - le dijo.

Tomás se quedó pensando. "Es cierto. Nunca había sentido tanta felicidad haciendo feliz a otros. Pero, la verdad es que me encantaría..." - comenzó a decir, pero Drago lo interrumpió.

"¡Shhh! Antes de que compartas tu deseo, hay algo mágico en el aire. Vení, escuchá. "

Y así lo hizo. Observó a todas las criaturas del jardín agradeciéndole y festejando. Tomás se dio cuenta de que su alegría vino al dar a otros, y eso fue suficiente.

Al final del día, se despidió de sus nuevos amigos.

"No olvides que el jardín siempre estará aquí para vos" - le dijo Drago mientras él se alejaba.

Cuando Tomás salió del bosque, su corazón estaba lleno de luz. Desde ese día, comenzó a jugar con los demás, y aunque enfrentaba días malos, siempre buscaba ayudar a quienes lo rodeaban.

Y así, Tomás se convirtió en el chico más feliz del pueblo, porque había descubierto que la verdadera alegría nace al dar amor y ayuda a los demás.

Y nunca volvió a olvidarse del Jardín de los Sueños, donde aprendió que al hacer felices a los demás también se hace uno feliz.

FIN.

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