El Jardín de los Sueños



En un pequeño pueblo llamado Sueñolandia, había una niña llamada Luna. Luna amaba las flores y soñaba con tener el jardín más hermoso de todo el lugar, lleno de colores y fragancias. Pero había un pequeño problema: ella no sabía nada sobre jardinería.

Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró a una anciana que estaba rodeada de plantas exquisitas. La anciana se presentó como la señora Florinda.

"Hola, pequeña. ¿Qué te trae por aquí?" - le preguntó la señora Florinda.

"Hola, señora. Quiero crear un jardín hermoso, pero no sé cómo hacerlo" - respondió Luna.

"Ah, crear un jardín es un arte, pero no te preocupes, puedo ayudarte. Ven, ven, acompáñame a mi casa" - dijo Florinda con una sonrisa.

Luna siguió a la señora Florinda y llegó a un jardín que parecía sacado de un cuento de hadas. Había flores de todos los colores y tamaños.

"¡Wow! ¡Es hermoso!" - exclamó Luna.

"Y lo es gracias a la dedicación y a cuidar cada planta como si fuera un amigo" - explicó Florinda.

Luna se emocionó y le pidió a la señora Florinda que le enseñara. Florinda aceptó, pero le planteó un reto.

"Primero, debes encontrar tres semillas mágicas en el bosque. Solo entonces podrás aprender a cuidar de mi jardín" - dijo la anciana.

Intrigada, Luna partió en busca de las semillas. Caminó y caminó por el bosque, preguntando a varios animales en el camino.

"¿Has visto semillas mágicas?" - le preguntó a un pájaro.

"No, no he visto, pero quizás el conejo blanquito tenga alguna información" - contestó el pájaro.

Luna continuó hasta encontrar al conejo.

"¡Hola, señor conejo! Estoy buscando tres semillas mágicas" - dijo Luna.

"Claro, sé que hay una cerca del lago, pero ten cuidado, porque hay un gran oso que la protege" - advirtió el conejo.

Luna, valiente y decidida, fue al lago. Allí vio a un oso gigante que parecía descansar.

"Para llevarme la semilla, deberás jugar un juego" - dijo el oso con voz profunda.

Luna se asustó, pero se armó de valor.

"¿Qué juego es?" - preguntó.

"Una carrera, si me ganas, te dejaré llevarte la semilla" - dijo el oso, reto en su mirada.

Atraída por la emoción del desafío, Luna aceptó.

"¡De acuerdo! Espero estar lista" - dijo.

Al sonar un silbido, la carrera comenzó. El oso corrió velozmente, pero Luna usó su ingenio. Se desvió y encontró un atajo por detrás de unos arbustos. Aunque no era fácil, logró acercarse al oso hasta que finalmente lo superó en la meta.

"¡Lo logré!" - gritó llena de alegría.

El oso, en lugar de enojarse, aplaudió.

"¡Eres muy rápida! Aquí tienes tu semilla" - dijo y le entregó una brillante semilla dorada.

Luna continuó su búsqueda. Al llegar a un claro, vio una segunda semilla, pero un fuerte viento la había llevado lejos.

"¡Oh no! ¡Regresen!" - gritó Luna.

Un búho que veía todo se acercó.

"Si quieres la semilla, tendrás que pedir ayuda a los vientos" - dijo el búho.

Luna se quedó pensativa y luego exclamó:

"¿Cómo lo hago?"

"Debes demostrar que eres capaz de colaborar. Forma un equipo con los elementos del bosque" - le aconsejó.

Luna decidió crear un sistema: pidió ayuda a las ardillas y otros animales, y juntos pusieron en marcha una cadena de movimientos que ayudó a traer de vuelta la semilla.

"¡Hicimos un gran trabajo juntos!" - dijo Luna emocionada.

La tercera semilla no fue fácil de encontrar. Se trataba de una semilla de color azul celeste, escondida en lo profundo de una cueva.

"No puedo entrar sola, es oscuro y misterioso" - pensó Luna.

Pero recordó lo que la señora Florinda le había enseñado sobre la valentía.

"Solo entraré si cuento con un amigo" - se dijo. Se llevó consigo al búho, quien voló por encima de ella guiándola.

Una vez dentro, encontraron la aguja de la semilla bajo una roca.

"¡Aquí está! ¡Lo hicimos!" - gritó Luna.

Con las tres semillas mágicas en mano, regresó al jardín de la señora Florinda, quien sonrió y las llevó a un pequeño campo.

"Ahora, con estas semillas, deberás cuidarlas con amor y paciencia. ¡Solo así florecerán!" - dijo Florinda.

Luna las plantó y empezó a regar, hablarles y darles cariño. Pasaron los días y, sorpresivamente, las semillas germinaron, trayendo colores y aromas que nunca había imaginado.

"¡Son hermosas!" - exclamó.

Y fue así como Luna aprendió que para lograr un sueño, hay que ser valiente, pedir ayuda y siempre cuidar de lo que se quiere.

Cuando el jardín floreció, Luna comprendió que el verdadero poder estaba en el amor y la amistad.

Y así, en Sueñolandia, el jardín de Luna no sólo embelleció el lugar, sino que también se convirtió en un símbolo de cooperación y magia, donde todos los niños podían disfrutar.

"Gracias, señora Florinda, por enseñarme tanto" - dijo Luna con gratitud.

"Eres una gran jardinera. Recuerda siempre cuidar del mundo y de aquellos que te rodean" - respondió Florinda.

Y así, cada vez que pasaban por allí, los niños aprendían de Luna: las flores florecen con amor y, sobre todo, los sueños se hacen realidad si trabajamos juntos.

FIN.

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