El Jardín de los Sueños
En un pequeño barrio de Buenos Aires, había una familia muy especial, los Fernández. Don Pablo, el papá, trabajaba de jardinero y amaba las flores, mientras que Doña Clara, la mamá, era una excelente cocinera que encantaba a todos con sus recetas. Tenían dos pequeños, Valentina y Mateo, que eran muy curiosos y siempre buscaban nuevas aventuras.
Un día, mientras Don Pablo cuidaba de su hermoso jardín lleno de flores de todos los colores, Valentina preguntó:
- Papá, ¿por qué trabajás tanto en el jardín?
- Porque cada flor es como un sueño, hija. Cada una necesita tiempo y cuidado para crecer. -respondió Don Pablo, sonriendo.
Mientras tanto, en la casa, Doña Clara estaba preparando una deliciosa comida. Ella siempre decía:
- La comida es como el amor, hay que añadirle un poco de cariño.
Valentina y Mateo se acercaron a la cocina, con la boca llena de agua.
- Mamá, ¿podemos ayudarte? -preguntó Mateo, emocionado.
- ¡Claro que sí! Pero primero, ¿pueden ayudarme a buscar flores en el jardín para decorar la mesa? -dijo Doña Clara.
Los niños corrieron al jardín y comenzaron a recoger las flores. Valentina encontró una flor muy rara, de un color azul brillante.
- ¡Mirá esta, Mateo! Nunca había visto una flor así.
- ¡Qué linda! -respondió él.
Entonces, apareció el gato de la familia, Pipo, que los miraba desde la sombra de un árbol.
- Miau, miau. -dijo Pipo, como si quisiera unirse a su aventura.
De repente, el sol se escondió detrás de algunas nubes, y una leve brisa comenzó a soplar. Los niños sintieron que estaba a punto de ocurrir algo mágico.
- ¿Y si estas flores tienen un poder especial? -preguntó Valentina, intrigada.
- ¡Sí! Tal vez nos lleven a un mundo de juegos! -exclamó Mateo.
Decidieron hacer una prueba. Juntaron todas las flores recolectadas y formaron un gran ramo. Cuando lo levantaron al cielo, una luz brillante salió de él y los envolvió.
- ¡Wow! ¿Qué está pasando? -gritó Mateo, mientras caían en un suave torbellino de colores.
Volaron hasta un mágico jardín lleno de flores que jamás habían visto. Las flores hablaban y bailaban alrededor de ellos.
- Bienvenidos al Jardín de los Sueños. -dijo una flor amarilla con gafas de sol. - Aquí cada flor tiene un deseo especial.
- ¡¿De verdad? ! -preguntó Valentina.
- Sí, pero para pedir un deseo, deben completar un reto. -dijo el jardinero del lugar, un hombre muy amable con un sombrero grande.
Los niños se miraron, llenos de emoción.
- ¿Qué tenemos que hacer? -pidió Mateo.
- Necesitan juntar alimentos para una gran fiesta. ¿Pueden ayudarnos a cocinar? -propuso el jardinero.
Valentina y Mateo se pusieron manos a la obra. Empezaron a recoger ingredientes de flores especiales que crecían en el jardín.
- ¡Miren! Esta flor da sabor a la comida. -dijo Valentina, mientras saboreaba un pétalo.
- Y esta otra puede hacer que los postres sean más dulces. -añadió Mateo, muy contento.
Mientras trabajaban, se dieron cuenta de la importancia del trabajo en equipo.
- ¡Es más divertido trabajar juntos! -dijo Valentina.
- Sí, y así también podemos aprender muchas cosas. -agregó Mateo.
Finalmente, lograron preparar una comida deliciosa y colorida, que todos los habitantes del Jardín de los Sueños disfrutaron. Fue una fiesta fantástica, llena de risas y juegos.
- ¡Gracias por su ayuda! -dijo el jardinero. - Ustedes han hecho que este jardín brille más que nunca.
Como recompensa, los niños pudieron pedir un deseo.
- Quiero que todas las flores del mundo estén siempre felices. -dijo Valentina.
- Y yo deseo que la comida siempre se comparta entre amigos y familia. -pidió Mateo.
Al instante, las flores comenzaron a cantar, y el aire se llenó de risas.
- ¡Ustedes tienen corazones generosos! -exclamó la flor amarilla. - ¡Sus deseos se harán realidad!
Y así, los sueños de Valentina y Mateo se hicieron realidad. Con el tiempo, aprendieron que el verdadero tesoro estaba en compartir momentos con su familia y amigos, en cuidar de la naturaleza y cocinar con amor.
Cuando se despidieron de ese mundo mágico, regresaron a su jardín. Doña Clara los esperaba con una rica comida, y Pipo saltó a su lado.
- ¡Qué lindo fue ese viaje! -exclamó Valentina.
- Sí, y volví a querer ayudar a papá en el jardín. -dijo Mateo.
Esa noche, la familia Fernández compartió la cena, riendo y recordando su maravillosa aventura. Y así, desde aquel día, nunca olvidaron la importancia de trabajar juntos, jugar en familia y deleitarse con las maravillas de la vida. Y cada vez que veían una flor, sonreían, recordando que cada uno de sus sueños tenía el poder de florecer.
Fin.
FIN.