El Jardín de los Sueños
Era un soleado amanecer en el barrio de La Esperanza y en el centro de día, las risas de los niños llenaban el aire. En ese lugar, las mamás y abuelas trabajaban codo a codo, creando un ambiente de amor y cuidado para los más pequeños.
Una de las mamás, Verónica, siempre llegaba con una gran sonrisa y una canasta llena de frutas. Era conocida por su dulce de ciruela, que nunca faltaba en las meriendas.
Un día, mientras cortaba frutas para los niños, Verónica se dio cuenta de que sus hijos, Tomi y Luli, se estaban comportando extrañamente.
"Mamá, vi a uno de los chicos entrar al centro con algo raro en el bolsillo", comentó Tomi con mirada preocupada.
"Sí, yo también lo vi. Parecía que no quería que nadie lo viera", añadió Luli, mirando a su hermano.
Verónica sintió un nudo en el estómago. Sabía que en el barrio había muchos problemas y temía que sus hijos hubieran visto cosas que no debían. Entonces, decidió hacer una reunión con las otras mamás.
"Chicas, debemos hablar. Los niños están notando cosas que nos preocupan. Es hora de hacer algo juntos", dijo Verónica con determinación.
Las mamás se reunieron al día siguiente, algunas con sus hijos a cuestas, y comenzaron a compartir sus inquietudes. Una de ellas, Carla, que era nueva en el barrio, se animó a hablar:
"Mis hijos también han mencionado cosas raras en la escuela. ¿Qué estamos dispuestas a hacer?"
"Necesitamos hacer de este lugar un refugio. Un jardín donde puedan crecer fuertes y sanos", propuso otra mamá, Lucía.
Con esa idea en mente, comenzaron a organizar actividades en el centro de día: juegos, talleres de arte, cocina y charlas sobre la importancia de cuidarse y de evitar malos hábitos.
Al principio, no fue fácil. Algunos niños se resistían e incluso algunos padres no estaban seguros de que era necesario. Un día, durante una de las actividades de cocina, Luli decidió hacer algo especial por su mamá.
"Voy a hacer un dulce de ciruela con mamá y así todos podrán probarlo", anunció.
"¡Buena idea!", exclamó Tomi.
Cuando los demás niños vieron a Luli y Tomi trabajar con su madre, empezaron a acercarse.
"¿Puedo ayudar también?" preguntó uno de los niños tímidamente.
"¡Claro! Cuantos más seamos, será más divertido", respondió Luli con entusiasmo.
Así, los días pasaron y el dulce de ciruela se convirtió en un símbolo. Cada merienda, siempre había una ronda de dulces, pero también charlas sobre la importancia de mantenerse alejados de cosas que pueden dañar.
Un día, al final de la merienda, Verónica notó algo extraordinario.
"¿Quién se anima a contar qué aprendió hoy?" preguntó al grupo.
"Yo, yo!" dijo Lucas levantando la mano.
"Aprendí que debemos cuidar nuestro cuerpo y no dejar que cosas malas entren en nuestras vidas. Empezando por lo que comemos", agregó con seguridad.
Todos aplaudieron. En ese momento, esas sencillas meriendas se transformaron en un espacio de aprendizaje y apoyo colectivo. Los niños se sintieron valorados y seguros.
Una tarde, después de una intensa jornada de juegos, Tomi y Luli estaban exhaustos, pero felices.
"¿Te das cuenta de que ahora somos como un gran equipo?", dijo Tomi.
"Sí, ¡somos el Jardín de los Sueños!", respondió Luli, sonriendo.
Y así, las mamás y los niños del centro de día lograron crear un espacio donde crecieron juntos, donde cada uno se cuidaba y aprendía a ser mejor. Descubrieron que al unirse, cualquier problema podía ser enfrentado.
FIN.