El jardín de los sueños
En una pequeña ciudad rodeada de montañas, había un jardín mágico que pertenecía a una anciana llamada Doña Clara. Este jardín era conocido por todos, pero pocos se atrevían a entrar debido a las leyendas que giraban en torno a él. Decían que en el jardín se podían encontrar flores que hablaban y árboles que contaban historias. Sin embargo, el miedo y la curiosidad nunca se pusieron de acuerdo en los corazones de los niños de la ciudad.
Un día, dos amigos inseparables, Mateo y Sofía, decidieron aventurarse y explorar el temido jardín. Mientras caminaban por la calle, escucharon a uno de sus compañeros de clase, Julián, hablar de lo que había oído sobre el lugar.
"Dicen que hay un árbol que puede conceder deseos", dijo Julián emocionado.
"Pero también se habla de un dragón que cuida el jardín", agregó otra niña.
Mateo y Sofía, intrigados pero también un poco asustados, se miraron y tomaron la decisión de entrar.
Con palpitaciones en el corazón, cruzaron la puerta de hierro forjado que daba al jardín. Al instante, un aroma agradable de flores llenó el aire, y se sintieron como si hubieran entrado en un mundo diferente.
"¡Mirá esas flores!", exclamó Sofía al ver unas enormes flores de colores vivos que, sorprendentemente, abrieron los pétalos y comenzaron a hablar.
"Hola, niños. Bienvenidos al jardín de los sueños. Aquí cada flor tiene una historia que contar", dijo una flor con voz melodiosa.
Mateo y Sofía estaban maravillados. Decidieron que debía ser una aventura inolvidable, así que se acercaron a una de las flores.
"¿Qué historia nos contarás?", preguntó Mateo.
"Una vez, un niño tuvo el valor de soñar en grande y logró cambiar su pequeña aldea", narró la flor con alegría.
A medida que las flores contaban sus historias, los amigos se sentían cada vez más inspirados. Sin embargo, la leyenda del dragón seguía rondando en su cabeza. Fue entonces que decidieron buscar al mismísimo dragón.
"Si este jardín es tan encantador, el dragón debe ser también especial", sugirió Sofía.
"Sí, no podemos irnos sin conocerlo", contestó Mateo con determinación.
Caminaron un poco más, hasta que llegaron a un gran roble, cuya sombra proporcionaba un refugio. Allí, encontraron al dragón. Pero, para su sorpresa, no era un dragón feroz como habían imaginado, sino un dragón amigable con alas brillantes.
"¿Quiénes son ustedes?", preguntó el dragón, en un tono amable.
"Somo Mateo y Sofía. Queríamos conocerte porque todos decían que eras peligroso", contestó Sofía, un poco nerviosa.
"Lo que sucede es que algunos se dejan llevar por el miedo y no comprenden que pueden vivir aventuras maravillosas", respondió el dragón con voz suave.
Los chicos se sintieron aliviados y comenzaron a conversar con el dragón. Comenzaron a hablar sobre sus sueños y anhelos, mientras el dragón escuchaba con atención.
"Siempre he querido volar, pero tengo miedo de caer", confesó Mateo.
"¿Y qué pasaría si te caes? Tal vez te levantes de nuevo y sigas volando. Eso es lo que hacen los soñadores", respondió el dragón con una sonrisa.
Inspirados por esa idea, Mateo y Sofía decidieron que querían volar. Pero, en lugar de hacerlo solos, pidieron ayuda al dragón.
"¿Podrías enseñarnos a volar, por favor?", preguntó Sofía, emocionada.
"¡Por supuesto! Pero primero, deben cerrar los ojos y imaginarse haciendo eso que tanto desean", dijo el dragón.
Los niños cerraron los ojos y, cuando los abrieron, encontraron que estaban montados en el lomo del dragón, volando por encima del jardín. La vista era asombrosa, y la sensación de libertad era indescriptible.
"¡Esto es increíble!", gritó Mateo, sintiéndose más valiente que nunca.
Cuando finalmente regresaron al suelo, los chicos estaban llenos de alegría y nuevas ideas.
"Hoy aprendí que los miedos pueden ser enfrentados y que, con un poco de imaginación, podemos lograr muchas cosas", dijo Sofía, sonriendo a su amigo.
"Y también aprendí que la amistad y el coraje pueden llevarnos a descubrir lo maravilloso que es soñar", agregó Mateo.
Se despidieron del dragón, prometiendo que regresarían a visitarlo y a contarle sobre sus nuevos sueños. Al salir del jardín, un nuevo deseo nació en sus corazones: el deseo de nunca dejar de soñar y de siempre enfrentar sus miedos.
Desde ese día, Mateo y Sofía se convirtieron en los mejores soñadores de su ciudad, y contagiaron a todos con su valentía y amor por las aventuras. El jardín de los sueños se transformó en un lugar donde todos los niños venían a soñar y reír juntos, recordando que, a veces, las maravillas empiezan simplemente al abrir la puerta a lo desconocido.
FIN.