El Jardín de los Sueños



En un pequeño pueblo, había un jardín especial, lleno de flores de colores brillantes, árboles frutales y un sendero que serpenteaba entre la maleza. Este jardín era el lugar preferido de un grupo de niños que siempre jugaban y exploraban. Pero entre ellos había uno diferente: Lucas, un niño con discapacidad visual que, a pesar de no poder ver, tenía una imaginación desbordante y un amor por la naturaleza que lo hacía único.

Un día, el grupo de amigos se reunió en el jardín, llenos de energía y risas, listos para un nuevo día de aventuras.

"¿Qué vamos a hacer hoy?" - preguntó Sofía, una de las chicas del grupo.

"¡Podríamos hacer una búsqueda del tesoro!" - sugirió Mateo, y todos estuvieron de acuerdo.

Lucas sonrió, emocionado por la idea, aunque había algo que le preocupaba.

"¿Y cómo puedo ayudar en la búsqueda?" - preguntó con un poco de incertidumbre.

"Podés guiarnos con tu gran memoria y tu sentido del tacto, Lucas!" - comentó Valentina, animándole.

Sin pensarlo dos veces, empezaron la búsqueda del tesoro. Los niños se separaron en diferentes direcciones, pero también se aseguraron de que Lucas no se quedara atrás. Con cuidado, lo llevaron de la mano, explicándole lo que encontraban por el camino.

"Mirá, hay una flor que huele a miel, Lucas. ¡Es una flor de tilo!" - dijo Mateo, y Lucas la tocó, sintiendo la suavidad de sus pétalos.

"Y aquí hay un árbol enorme, ¿puedo abrazarlo?" - preguntó Lucas, y todos asintieron disfrutando de su entusiasmo.

Los niños se turnaban para describir lo que veían, pero Lucas se sintió un poco triste porque no podía ver las maravillas que sus amigos describían. Se sintió un poco fuera del juego, pero recordó el poder de su imaginación. Pensó en cómo cada amigo describía algo, y hacer una imagen en su mente.

De repente, escucharon un sonido curioso: un zumbido fuerte.

"¡Es una abeja!" - gritó Valentina.

Todos los niños se acercaron, pero Lucas se detuvo.

"¿Es peligrosa?" - preguntó, un poco asustado.

"No! Solo está recolectando polen. ¡Podemos aprender de ella!" - dijo Sofía, intentando tranquilizarlo.

Lucas decidió acercarse un poco más, guiándose por el sonido. La abeja pasó volando cerca, y él sonrió al imaginarla.

"A veces, las cosas más pequeñas tienen grandes trabajos. ¡Como nosotros en este jardín!" - dijo Lucas, y todos lo aplaudieron por su sabiduría.

Siguieron buscando, riendo y disfrutando, hasta que Mateo encontró una pequeña caja escondida bajo un arbusto.

"¡La encontramos!" - gritó emocionado, abriendo la caja. Dentro había semillas de diferentes plantas.

"¡Son semillas!" - exclamó Sofía.

Todos se miraron emocionados.

"Podemos plantar un nuevo jardín!" - propuso Valentina, con muchas ganas de sembrar.

Lucas, con su amor por las plantas, rápidamente se mostró al frente.

"¡Yo quiero ayudar!" - dijo él, tocando la tierra. "¡Puedo sentir dónde está suave y dónde hay piedras!".

Los chicos se pusieron a trabajar en equipo. Lucas se convirtió en el experto en preparar el terreno mientras los demás buscaban las pequeñas semillas.

"¡Aquí hay una semilla de girasol!" - exclamaba Sofía al pasarle la semilla.

"¡Qué grande que van a ser!" - predijo Lucas, sintiendo el tamaño de la semilla en su mano.

Todos siguieron dayanzo el terreno y riendo. En sus corazones, vivían momentos únicos de amistad y colaboración. Después de unas horas, el jardín se vio reluciente. El sol ya comenzaba a esconderse y la tarde se tiñó de tonos dorados.

Desgastados pero felices, los niños se sentaron en una rueda, contemplando su obra.

"Hoy fue un buen día, ¿no?" - comentó Mateo, sonriendo.

"Sí, y Lucas, fuiste una parte muy importante de esto" - agregó Valentina.

Lucas sonrió, sintiéndose orgulloso.

"El jardín necesita de todos los colores, y aunque no pueda verlos, siempre los sentiré con mi corazón" - dijo él, mientras los demás le aplaudían emocionados.

"¡Esto es solo el comienzo de nuestro jardín de sueños!" - concluyó Sofía, y todos rieron.

Desde ese día, el jardín siguió creciendo, al igual que la amistad entre los niños. Lucas les enseñó que, aunque no pudiera ver, siempre había formas de participar y disfrutar, y que la imaginación podía llevarlos a lugares mágicos en el corazón. Juntos, aprendieron que la verdadera belleza no siempre se ve, sino que se siente y se vive.

Y así, el jardín se convirtió en un lugar donde los sueños florecían, una aventura que nunca terminaría.

FIN.

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