El Jardín de los Sueños
Érase una vez, en un pequeño pueblo llamado Luzalia, un jardín mágico que era conocido por todos los vecinos. Allí, las flores cantaban al amanecer y el río brillaba como diamantes. Sin embargo, había algo especial sobre este jardín: cada vez que un niño pasaba por allí, el jardín les ofrecía un sueño que podría hacerse realidad.
Martín, un niño curioso y soñador, decidió un día visitar el jardín. Al entrar, se sorprendió al ver a una mariposa grande y brillante que le habló.
"¡Hola, Martín! Soy Majo la mariposa. Este es el Jardín de los Sueños y hoy puedes pedir un deseo. ¿Qué te gustaría que se hiciera realidad?"
Martín pensó por un momento y dijo: "Quiero poder volar como los pájaros."
"¡Que así sea!" dijo Majo, mientras agitaba sus alas. De repente, Martín comenzó a flotar y luego a elevarse en el aire, rodeado de coloridas aves. Sin embargo, la emoción de volar rápidamente se convirtió en preocupación cuando Martín se dio cuenta de que no sabía cómo regresar al suelo.
"¡Majo! ¿Cómo hago para volver?" gritó asustado.
"Para volver, debes encontrar el camino de tu propio deseo, Martín. Escucha a tu corazón y sigue tus instintos."
Martín miró a su alrededor. En lugar de entrar en pánico, comenzó a recordar lo que siempre había soñado. Quería ayudar a los demás. Así que pensó: "Voy a hacer algo bueno para mis amigos y el pueblo."
Con ese pensamiento, empezó a descender suavemente. Al aterrizar, decidió organizar un día de juegos y risas para todos los niños del pueblo. Majo, que lo observaba con una sonrisa, le dijo:
"¡Eso es, Martín! Ahora el jardín sabe que tu sueño no solo te beneficia a ti, sino a los demás."
Así fue como Martín, con la ayuda de sus amigos, organizó un gran picnic en el jardín. Todos se divirtieron, jugaron, compartieron historias y, sobre todo, aprendieron el valor de la amistad y la cooperación.
Pasaron los días y Martín regresaba al jardín con más frecuencia. Cada vez que hacía un buen deseo, algo mágico ocurría: las flores crecían más vibrantes, el río fluía más rápidamente y la risa de los niños se escuchaba en todo el pueblo.
Un día, mientras estaba en el jardín, vio a su amiga Clara sentada sola.
"¿Qué te pasa, Clara?" le preguntó Martín. "Me siento triste porque no tengo a nadie con quien jugar."
Martín, con una sonrisa, le dijo: "¡Vení! Juguemos juntos en el jardín. Aquí siempre hay amigos dispuesto a jugar."
Clara sonrió y juntos comenzaron a invitar a más niños. Pronto, el jardín estaba lleno de risas y alegría. Pero, de repente, se desató una fuerte tormenta. La lluvia comenzó a caer y los niños se asustaron.
"¡No! ¡Nuestro picnic se arruinará!" gritó uno de sus amigos.
Martín miró a su alrededor y decidió que no podían dejar que la tormenta arruinara su día. "¡Chicos, hagamos una carrera de barquitos de papel!" todos se animaron a participar y comenzaron a hacer barquitos en el cobertizo que habían encontrado.
La tormenta pasó pronto y cuando el sol salió nuevamente, los barquitos de papel flotaban en el charco que se había formado en el jardín.
"¡Miren! ¡Nuestros barquitos navegan!" exclamó Clara, llena de alegría.
Cuando la tormenta pasó, todo el mundo se dio cuenta de que cada problema trae consigo una oportunidad.
"Gracias, Martín." dijo Clara. "Me enseñaste que siempre se puede encontrar otra forma de divertirnos, a pesar de las circunstancias."
A medida que creció, Martín entendió que el verdadero poder de los deseos no estaba solo en las cosas que quería para sí mismo, sino en cómo podía hacer sonreír a otros y ayudarles en los momentos difíciles.
Y así, el Jardín de los Sueños se convirtió en un lugar donde cada niño podía aprender a compartir, soñar y, lo más importante, apoyarse mutuamente en cada nueva aventura.
FIN.