El Jardín de los Sueños
En el pintoresco pueblo de Brillaflor, Aurora, una joven de 15 años, había sido siempre la alegría del lugar. Su risa resonaba como música en las calles llenas de flores, pero un día, algo cambió. Aurora empezó a pasar más tiempo sola, sentada en su jardín, revisando viejos álbumes de fotos.
Una tarde, mientras hojeaba un álbum, encontró una foto de su infancia en la que estaba rodeada de amigos.
—¿Te acordás de ese día en el lago, Aurora? —dijo Luna, su mejor amiga, al llegar de sorpresa.
—Sí, era tan divertido. —Aurora sonrió débilmente.
—¿Por qué no hacemos un picnic como antes? Podríamos invitar a todos —propuso Luna, entusiasmada.
Aurora dudó. La idea de juntar a sus amigos le parecía emocionante, pero también le daba un poco de miedo. Había estado tan aislada últimamente que no sabía si aún podía ser la misma de antes.
—No sé, Luna... —comenzó a decir.
—¡Por favor! Esto podría ser el inicio de algo increíble. ¡Volvamos a disfrutar! —animó Luna y Aurora sintió una chispa de esperanza.
Finalmente, aceptó y comenzaron a planear el picnic. En los días siguientes, Aurora se dedicó a invitar a sus amigos y a organizar los preparativos.
Cuando llegó el día del picnic, Aurora estaba nerviosa. Pero cuando vio a todos llegar con sonrisas y canastas llenas de comida, su corazón se llenó de alegría.
—¡Hola, Aurora! ¡Mirá lo que traje! —gritó Tomás, uno de sus amigos, mostrando una enorme sandía.
—¡Qué rico! Vamos a cortarla, ¡tengo un cuchillo aquí! —respondió Aurora, sintiendo que la emoción comenzaba a crecer de nuevo en su interior.
El picnic fue un éxito. Comieron, rieron y jugaron hasta que el sol comenzó a esconderse. Pero en un momento, mientras todos estaban distraídos, Aurora escuchó una queja cercana.
—¡Ay, no puedo alcanzar ese globo! —lloraba una niña que había llegado con su madre.
Aurora se acercó.
—¿Estás bien? —preguntó con cariño.
—Perdí mi globo y me hace mucha falta —dijo la niña con lágrimas en los ojos.
Aurora miró alrededor y vio que el globo estaba atrapado en una rama alta. Sin pensarlo dos veces, comenzó a trepar un pequeño árbol que había cerca. Con cuidado, estiró su mano y logró alcanzar el globo.
—¡Toma! ¡Tu globo! —dijo mientras descendía, sintiendo la emoción de haber ayudado a alguien.
—¡Gracias, gracias! —exclamó la niña, sonriendo de oreja a oreja, y Aurora sintió que su corazón rebosaba de felicidad.
A medida que el sol se ponía, Aurora se dio cuenta de algo importante. No solo había recuperado su alegría al reunirse con sus amigos, sino que además había redescubierto lo que significaba ayudar a los demás. Cada sonrisa que recibía a cambio iluminaba su rostro.
—Aurora, te ves tan feliz —dijo Luna mientras se sentaban a ver la puesta de sol.
—Es que me di cuenta de que no hay nada mejor que compartir momentos con los que queremos. Y ayudar a los demás también me hace sentir bien. —respondió Aurora, sonriendo de verdad por primera vez en mucho tiempo.
Desde ese día, Aurora no solo siguió teniendo picnics, sino que también comenzó a organizar actividades en el pueblo para que todos pudieran disfrutar juntos. Ella se convirtió en el corazón de Brillaflor nuevamente, y la risa de todos resonaba igual que antes, pero ahora con más fuerza y energía que nunca.
Y así, Aurora aprendió que la felicidad se multiplica cuando la compartimos, y que siempre hay una razón para sonreír.
El pueblo de Brillaflor floreció gracias a su alegría, y cada día era una nueva oportunidad para hacer del mundo un lugar mejor, en su jardín de sueños, donde la amistad y la bondad florecían como las flores más hermosas del lugar.
FIN.