El Jardín de los Sueños



En una pequeña ciudad, donde el cielo se pintaba de azul y las sonrisas eran el pan de cada día, vivía un niño llamado Bruno. Era un niño alegre, pero la escuela se le hacía una montaña imposible de escalar. Las letras, los números y las asignaturas parecían moverse como peces en un río, lejos de su alcance.

Bruno solía ir a la escuela con una sonrisa, pero al final del día regresaba a casa con una nube oscura sobre su cabeza. Su maestra, la Señorita Clara, era conocida por su voz melodiosa y su inagotable energía. Ella soñaba con regalar felicidad a cada uno de sus alumnos y estaba determinada a ayudar a Bruno a encontrar su camino.

"Bruno, ¿te gustaría quedarte un poco después de clase?", le preguntó un día la Señorita Clara con una sonrisa tierna.

"No sé, Miss Clara, igual no creo que sirva para nada", respondió Bruno, mirando al suelo.

Esa tarde, la maestra sacó un viejo libro de cuentos y se sentaron juntos en el aula.

"Mirá, Bruno. Este libro tiene el poder de transportarnos a mundos mágicos. Vamos a leer un poco. Si encontramos un lugar donde las palabras son más fáciles de entender, quizás puedas también encontrar tu propio camino", sugirió la Señorita Clara.

Intrigado, Bruno acordó. En cada página que pasaban, los personajes cobraban vida y las historias resonaban en su corazón. Así, día tras día, empezaron a leer juntos. El tiempo pasó y, poco a poco, Bruno comenzó a sentir que las palabras ya no eran solo peces nadando, sino puentes que podía cruzar.

Una mañana, Bruno llegó a clase con unas hojas en las manos.

"Miss Clara, escribí una historia sobre un dragón que podía volar alto y ayudar a los demás”, dijo con brillo en los ojos.

"¡Eso es increíble, Bruno! Me encantaría escucharla. ¿Te gustaría leerla para la clase?", preguntó la maestra emocionada.

"¿Para toda la clase? No sé si puedo...", titubeó Bruno.

"¡Claro! ¡Lo harás genial!", lo animó la Señorita Clara.

Con un poco de nerviosismo, Bruno se levantó y, con voz temblorosa, comenzó a leer. A cada palabra que salía de su boca, la clase se sumió en un silencio reverente. Al final, los aplausos resonaron en el aula.

"¡Bravo, Bruno! ¡Felicidades!", gritaron sus compañeros.

Bruno sintió que algo dentro de él había cambiado. Comenzó a participar más en clase y a ayudar a sus amigos, y la alegría comenzó a florecer en su corazón como un jardín en primavera.

Sin embargo, un día, toda esa alegría se nubló. Un nuevo profesor llegó a la escuela y se presentaba como severo y poco comprensivo. Durante su primera clase, el maestro miró a Bruno y le dijo:

"Esto es pura pereza, Bruno. Si no puedes seguir el ritmo, quizás no deberías estar en esta clase."

La voz del nuevo maestro resonó por el aula como un eco frío. Bruno se sintió pequeño y vulnerable nuevamente, como si todo su esfuerzo se desmoronara.

Esa tarde, Bruno se encontró con la Señorita Clara, quien notó su tristeza.

"¿Qué te pasa, Bruno?", le preguntó con preocupación.

"El nuevo maestro no cree que yo pueda aprender. Quizás tiene razón…", respondió Bruno, con lágrimas en los ojos.

La Señorita Clara se agachó para mirar a Bruno a los ojos.

"Cada uno de nosotros tiene un jardín que cultivar, Bruno. No dejes que otros te digan lo que puedes o no puedes hacer. Tú tienes la llave de tu propio jardín", le dijo esperanzadora.

Bruno decidió no rendirse. Se acercó al nuevo maestro después de clase y le contó sobre su historia del dragón. El maestro, sorprendido por su creatividad, le dijo:

"Tal vez me he apresurado, Bruno. Quizás juntos podamos hacer de esta clase un lugar mejor para todos."

A partir de ese día, el nuevo maestro cambió su enfoque y comenzó a incluir actividades creativas en sus clases. Bruno, junto a sus compañeros, redescubrió la alegría de aprender. Su jardín de sueños creció y floreció.

Con el tiempo, Bruno no solo pasó todas sus materias, sino que también se convirtió en un escritor reconocido en la ciudad. La Señorita Clara, con una sonrisa en el rostro, decía a todos:

"Siempre supe que Bruno tenía un jardín lleno de magia. Solo necesitaba el cuidado adecuado para florecer."

Y así, en esa pequeña ciudad, el niño que una vez pensó que no podía salir adelante descubrió que la felicidad se cultiva con amor, esfuerzo y, sobre todo, con la ayuda de quienes creen en nosotros.

FIN.

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