El Jardín de los Sueños



Había una vez, en un pequeño pueblo argentino llamado Villa Esperanza, un niño llamado Mateo que amaba explorar. Siempre llevaba consigo su linterna y un cuaderno donde anotaba todo lo que veía, desde árboles curiosos hasta animales en su hábitat. Un día, mientras caminaba por un sendero que nunca había recorrido, encontró una puerta antigua cubierta por hiedra en el tronco de un enorme árbol.

Intrigado, Mateo empujó la puerta y, para su sorpresa, encontró un jardín deslumbrante. Flores de colores nunca antes vistos cubrían el suelo, mariposas de mil tonos danzaban en el aire, y había un lago que brillaba como si estuviera hecho de estrellas. En medio del jardín, había un pequeño duende llamado Lalo.

"¡Hola, humano!", saludó Lalo con una sonrisa. "Soy el guardián de este jardín mágico. ¿Qué haces aquí?"

"Hola, soy Mateo. Vine a explorar y me encontré con esta puerta. ¡Este lugar es increíble!"

"Sí, lo es. Pero también es un lugar especial. Cada planta y cada criatura tiene su propio sueño. Tú puedes ayudar a cumplir uno de ellos. Elige sabiamente".

Mateo miró a su alrededor, observando a los habitantes del jardín. Había una flor triste que parecía marchitarse, un sapo que deseaba saltar más alto, y una mariposa que quería volar a lugares lejanos. Mateo pensó durante un momento y decidió ayudar a la flor.

"Quiero ayudar a la flor triste. ¿Qué necesita?"

"Esa flor sueña con tener un rayo de sol y un poco de agua. Pero el sol no brilla aquí por la sombra del árbol gigante. Así que tendrás que encontrar una manera de mover la sombra".

Mateo miró al árbol y tuvo una idea. Se dispuso a hacer un pequeño fuego en el centro del jardín, algo que nunca había hecho antes. Con un poco de ayuda de Lalo, pudo reunir hojas secas y ramitas, y pronto una pequeña llama comenzó a bailar. A medida que el fuego crecía, la sombra del árbol se movía con él, permitiendo que un rayo de sol tocara la flor.

"¡Lo lograste!", exclamó Lalo con alegría. "Ahora solo falta que le des un poco de agua".

Mateo corrió hacia el lago brillante y llenó una pequeña jarra hecha de barro. Al volver, vertió el agua sobre la flor. Para su sorpresa, la flor comenzó a brillar y sus pétalos se abrieron lentamente, llenando el aire con un aroma dulce y fresco.

"¡Gracias, Mateo!", susurró la flor. "Ahora podré cumplir mi sueño de esparcir mis semillas y crear un nuevo jardín. Eres muy valiente y sabio para un niño".

Mateo sonrió, sintiéndose feliz porque había ayudado a la flor.

"Ahora puedes llevarme a conocer otras maravillas de este lugar", dijo Mateo entusiasmado.

Lalo guió a Mateo por el jardín, mostrándole criaturas y plantas que nunca había visto. Un pez que nadaba en el lago, que deseaba explorar la tierra, y una ardilla que quería aprender a cantar. Mateo, inspirado por lo que había logrado con la flor, se comprometió a ayudar a estos nuevos amigos.

Fue un día lleno de aventuras y aprendizajes. Mateo encontró maneras creativas de ayudar a cada uno, realizando pequeñas acciones que estaban alineadas con los sueños de aquellos que conocía. ¡Se dio cuenta de que incluso las tareas más sencillas podían hacer felices a los demás!

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ponerse, Lalo le dijo:

"El jardín siempre estará aquí para ti, Mateo. Recuerda que el verdadero poder está en tus decisiones y en cómo utilizas tus habilidades para ayudar a los demás".

Mateo prometió regresar, no solo para ayudar a otros, sino también para seguir aprendiendo. Se despidió de sus nuevos amigos y salió del jardín con el corazón lleno de alegría y nuevas ideas.

Al volver a su casa, escribió todas sus experiencias en su cuaderno y supo que quería contarle al mundo que cada pequeña acción puede tener un gran impacto.

Desde aquel día, Mateo se convirtió en un explorador no solo de su entorno, sino también de los sueños y deseos de quienes lo rodeaban. Y siempre volvía a aquel jardín mágico, donde cada visita le recordaba que ayudar a los demás era el mayor viaje de todos.

FIN.

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