El Jardín de los Sueños



Había una vez un pequeño pueblo en Costa Rica llamado Colibrí, donde vivían niños y niñas de diferentes culturas, cada uno con sus propias tradiciones y sueños. Un día, en la plaza del pueblo, se organizó una reunión para crear un espacio donde todos pudieran compartir sus ideas y construir una comunidad libre, solidaria y democrática.

Mientras los niños se reunían, una niña llamada Sofía decidió proponer una idea. "¿Qué les parece si creamos un jardín comunitario?", -dijo con un brillo en los ojos. Todos se miraron intrigados.

"¿Un jardín?", -preguntó Miguel, un niño que siempre había amado las plantas. "¿Con flores de todas las culturas?".

"Sí!", -respondió Sofía emocionada. "Cada uno puede plantar algo de su cultura y así aprenderemos unos de otros".

Los niños comenzaron a murmurar, emocionados por la idea. Entonces, Lucía, que venía de una familia indígena, levantó la mano. "Yo puedo traer semillas de maíz y frijoles que mis abuelos cosechaban", -dijo llena de entusiasmo.

"Yo tengo semillas de ortiga que son típicas de mi familia", -agregó Mateo, que venía de una familia afrodescendiente.

"Y yo tengo sandías de mi abuelo que vienen de otro país", -gritó Rodrigo, que era nuevo en el pueblo.

Y así, la reunión se llenó de risas y planes. Sin embargo, durante la semana, los niños se dieron cuenta de que había más trabajo del que pensaban. La tierra estaba llena de piedras y espinas.

Sofía se preocupó. "¿Y si no lo logramos?", -preguntó mirando a sus amigos.

"No podemos rendirnos", -dijo Lucía con firmeza. "Podemos trabajar juntos, cada uno con sus habilidades".

"Yo sé hacer caminos de piedra", -dijo Mateo. "Y yo puedo buscar herramientas de los adultos", -añadió Rodrigo.

Día tras día, los niños se reunieron a trabajar en el jardín. Cantaban, reían y compartían historias de sus culturas mientras removían piedras y sembraban las semillas. Con cada desafío superado, se sentían más unidos y fuertes.

Un buen día, mientras regaban las plantas, notaron algo inesperado: una pequeña tortuga los observaba desde un arbusto. Los niños se rieron y le hicieron un guiño. "No te preocupes, amiga tortuga. Estamos muy ocupados y no te haré daño", -dijo Miguel.

Con el tiempo, el jardín comenzó a florecer. Las plantas crecían sanas y hermosas, cada una destacando por su color y fragancia. Un día, un anciano caminó por el pueblo y se detuvo en el jardín.

"Es un hermoso jardín, ¿quién lo hizo?", -preguntó.

"¡Nosotros!", -gritaron los niños al unísono. "Es un símbolo de unidad entre nuestras culturas".

"Me alegra ver tanto trabajo en equipo. Este jardín es un lugar hermoso, donde cada planta cuenta una historia", -dijo el anciano sonriendo.

Poco después, el anciano sugirió hacer un festival en el jardín para mostrar al resto de la comunidad lo que habían logrado. "Podemos invitar a la gente a compartir comidas, danzas y canciones de nuestros pueblos", -sugirió Sofía emocionada.

"¡Sí!", -gritaron todos.

El día del festival, todas las familias del pueblo llegaron. Desde muy temprano, los niños decoraron el jardín con flores y banderas de todos los colores. Prepararon dulces de sus culturas y organizaron presentaciones donde cada uno mostró danzas tradicionales.

"Esto es increíble, ¡nunca había visto tantas culturas juntas en un solo lugar!", -dijo un vecino que no había podido asistir antes.

Al terminar el festival, todos se sentaron alrededor del jardín. Todos los adultos compartieron sus historias mientras los niños reían y jugaban por doquier. Sofía, mirando a su alrededor, sonrió al ver lo que habían logrado juntos.

"Creo que este jardín no solo es un espacio hermoso, sino también un símbolo de cómo podemos construir una comunidad libre, solidaria y democrática", -dijo en voz alta.

Todos aplaudieron, entendiendo que el esfuerzo de cada uno había creado algo mágico.

"¡Y lo mejor es que podemos seguir cuidándolo!", -agregó Miguel.

"Sí! La próxima vez, vamos a hacer un mural con todas nuestras historias", -propuso Rodrigo.

Así, el Jardín de los Sueños se convirtió en un lugar donde cada niño y niña aprendía sobre las culturas de los otros, creando un rincón lleno de amistad, respeto y alegría.

Y así, Colibrí floreció, demostrando que, juntos, podían construir una sociedad increíble y llena de sueños compartidos.

FIN.

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