El Jardín de los Sueños



Había una vez una niña llamada Sofía, que tenía 9 años y vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Sofía era muy curiosa y le encantaba explorar la naturaleza. Un día, mientras caminaba por el bosque, encontró un lugar maravilloso. Era un jardín escondido, lleno de flores de colores, mariposas que brillaban y un pequeño arroyo que cantaba suavemente. Sofía nunca había visto un sitio tan bonito.

- ¡Wow! - exclamó Sofía, abriendo los ojos como platos. - Este lugar es mágico.

Decidió que debía cuidarlo y, con mucha determinación, empezó a visitar el jardín todos los días después de la escuela. Sofía traía semillas de flores y empezaba a plantar en cada rincón del jardín.

Mientras tanto, sus amigos del pueblo no entendían por qué Sofía pasaba tanto tiempo en el bosque. Un día, Lucía, su mejor amiga, la siguió.

- ¿Qué haces aquí, Sofía? - preguntó Lucía, curiosa.

- ¡Mirá! - respondió Sofía, señalando las flores que había sembrado. - Estoy creando un jardín. ¡Podemos venir a jugar aquí!

- Pero, ¿no te da miedo estar sola? - inquirió Lucía.

- No, porque tengo un propósito. Quiero que todos podamos disfrutar de este lugar.

Lucía comenzó a ayudarla, y juntas pasaban horas plantando flores, regando las plantas y cuidando el pequeño arroyo. Sus risas se escuchaban día tras día en el cavado del bosque. Sin embargo, un día, un grupo de niños del pueblo se enteró del jardín y decidieron arruinarlo. Un grupo liderado por Tomás llegó al lugar y, con ganas de jugar, empezaron a pisotear las flores.

- ¡Dejen de hacer eso! - gritó Sofía, corriendo hacia ellos.

- ¿Y qué pasa? - se rió Tomás. - Esto es solo un montón de plantas.

- ¡No! - insistió Sofía, con los ojos llenos de lágrimas. - Este es nuestro espacio, donde venimos a ser felices. Ayudemos a que crezca en lugar de destruirlo.

Al ver la tristeza de Sofía, algunos niños dudaron. Lucía se acercó y le dijo a Tomás:

- Si no lo cuidamos, no habrá más flores para disfrutar.

Tomás se detuvo por un momento y miró el jardín. Algo en su corazón se movió.

- Bueno, no lo sabía. Nunca lo vi así - admitió Tomás, bajando la mirada.

- ¿Qué te parece si en lugar de romperlo, todos ayudamos a cuidarlo? - sugirió Sofía, secándose las lágrimas.

Al ver la determinación en la mirada de Sofía, Tomás asintió lentamente.

- Está bien. Podemos hacerlo juntos.

Y así fue como, en vez de pelear, los niños del pueblo comenzaron a trabajar juntos en el jardín. Todos tomaban turnos para regar, plantar y limpiar. Poco a poco, el jardín se transformó en un lugar aún más hermoso, donde todos podían jugar y soñar.

Un día, Sofía reunió a todos los niños en el jardín y les dijo:

- Quiero que este espacio siga creciendo y mejorando. Vamos a hacer una fiesta de flores y cada uno puede traer algo para compartir.

Todos se entusiasmaron y comenzaron a preparar una gran celebración. Ese día, el jardín se llenó de risas, música y colores mientras todos compartían su comida y jugaban.

Con cada flor que crecían, también creció una nueva amistad entre ellos. La experiencia les enseñó a trabajar juntos y a valorar la belleza de la naturaleza.

Y así, Sofía no solo hizo un jardín, sino que también cultivó un lazo fuerte entre todos sus amigos. Desde ese día, el jardín de los sueños se convirtió en un símbolo de unión y amistad en el pueblo.

Sofía sonrió, sabiendo que, aunque había comenzado sola, había logrado juntar a todos a través del amor por la naturaleza. Y así, todos iban a cuidar juntos aquel jardín mágico por muchos años más.

FIN.

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