El Jardín de los Sueños



Había una vez un mágico jardín en un rincón del mundo, donde las flores nunca marchitaban y los unicornios de colores brillantes paseaban entre los aromas dulces de las flores. En este jardín, vivía una niña llamada Luna, que cada tarde se aventuraba entre los pétalos y las mariposas danzarinas.

- ¡Hola, Luna! - dijo Ziggy, el unicornio arcoíris, mientras sacudía su melena azul y amarilla. - ¿Qué estás haciendo hoy en nuestro hermoso jardín?

- Estoy buscando las flores más brillantes para mi colección, Ziggy. - respondió Luna, con una sonrisa radiante. - Quiero hacer un ramo que deslumbre a todos en la escuela.

Ziggy, siempre dispuesto a ayudar, se puso a su lado. Juntos, comenzaron a recoger las flores más hermosas: rojas, amarillas, naranjas y violetas.

Un día, mientras buscaban más colores, Luna se topó con una mariposa diferente, de alas brillantes y un azul profundo.

- ¡Mirá, Ziggy! - exclamó Luna. - Esta mariposa es especial, nunca la había visto antes.

- ¡Es la mariposa de los deseos! - dijo una voz suave que provenía de detrás de un arbusto. Era Aurelia, una mariposa dorada que tenía la sabiduría de muchos años. - Si la atrapas y le susurras un deseo, podría hacerse realidad. Pero recuerda, el deseo debe ser desinteresado.

Luna se emocionó, pero se sintió un poco confundida. Había tantos deseos en su corazón...

- Quiero ser la más popular de la escuela, - murmuró Luna, casi sin darse cuenta.

Ziggy la miró seriamente.

- Luna, ¿no sería mejor desear algo que haga feliz a otras personas también?

Luna pensó por un momento y de repente se dio cuenta de que todo lo que realmente quería era que sus compañeros también estuvieran contentos. Así que se acercó a la mariposa dorada.

- Quiero que todos en mi escuela tengan un día especial, donde se sientan felices y valorados. - susurró.

La mariposa aleteó suavemente y, con un destello de luz, comenzó a brillar intensamente. Al instante, una brisa mágica recorrió el jardín.

- ¡Tu deseo está concedido! - dijo Aurelia antes de volar.

Al día siguiente en la escuela, algo sorprendente sucedió. Todos los compañeros de Luna llegaron emocionados, cargados de entusiasmo y sonrisas. Había juegos, música, y un gran mural lleno de dibujos que todos hicieron juntos.

- ¿Viste esto? - exclamó su amiga Sofía. - ¡Es el mejor día de todos!

Luna sonrió al escuchar las risas y ver la felicidad en sus amigos. Se dio cuenta de que su deseo había hecho que todos se sintieran especiales, y eso la llenaba de alegría.

Después de la escuela, corrió al jardín.

- ¡Ziggy, lo logré! - gritó, llena de energía. - Hice feliz a todos y eso me hizo feliz a mí también.

- Eso es lo mejor que podías haber deseado, Luna. - dijo Ziggy. - Cuando compartimos nuestra felicidad, se multiplica como los colores de un arcoíris.

Desde ese día, Luna y Ziggy aprendieron que lo que realmente importa no es ser popular, sino hacer que otros se sientan bien. Y así, cada tarde, continuaron haciendo del jardín un lugar de alegría, donde las flores, los unicornios y las mariposas vivieron felices para siempre, compartiendo sonrisas y creando nuevos sueños juntos.

FIN.

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