El Jardín de los Sueños



En un pequeño pueblo de Chiapas, México, vivía un niño llamado Carlos. Todos los días, después de clases, corría hacia el patio de la escuela donde sus amigos lo esperaban para jugar. Entre ellos estaban Ana, una niña indígena tsotsil; Diego, un mestizo de mirada curiosa; Eliana, una chica afromexicana llena de energía; y José, un migrante que había llegado de otro estado con su familia.

Una tarde, mientras jugaban a la pelota, Carlos miró hacia el cielo y dijo:

"¿Vieron? ¡Las nubes parecen un montón de animales!"

Todos se quedaron mirando, y, uno a uno, comenzaron a identificar diferentes figuras.

"Yo veo un elefante", dijo Ana.

"Y yo un perro muy grande", agregó Diego.

"Yo veo un dragón que vuela alto", exclamó Eliana.

"Y yo... un pez volador", terminó José con una sonrisa.

Rieron y, de repente, una idea surgió en la cabeza de Carlos.

"¿Y si hacemos un juego en el que cada uno elija un animal y cuenta una historia sobre él?"

A todos les encantó la idea y aceptaron sin dudar.

Así que se sentaron en círculo y comenzaron a contar sus relatos. Ana eligió al jaguar, que, según ella, era un protector de la selva.

"El jaguar nos cuida de los peligros, por eso debemos cuidarlo a él también", dijo.

Diego, por su parte, eligió un colibrí.

"Este pajarito simboliza la libertad; siempre está moviendo sus alas y nunca se detiene", comentó.

Eliana decidió contar sobre un pez dorado.

"Si un pez dorado te elige como amigo, te concederá un deseo", explicó emocionada.

José no se quedó atrás y habló de un águila, que representa la fuerza y el valor.

"El águila mira desde lo alto y nunca se rinde", añadió.

Después de que todos contaron sus historias, Carlos se sintió inspirado y dijo:

"Debemos crear un jardín en el patio de la escuela. Un jardín donde cada planta represente un animal que hemos elegido y cada historia que hemos contado. Así, recordaremos siempre lo que somos y de dónde venimos".

Todos estuvieron de acuerdo y se pusieron manos a la obra. Con la ayuda de los maestros y algunos padres, comenzaron a recolectar semillas, plantas y materiales reciclados. Cada uno llevaba lo necesario para comenzar el proyecto.

En las semanas siguientes, el jardín floreció. Cada planta representaba una historia: un colibrí hecho de botellas de plástico, un jaguar dibujado en una piedra, un pez dorado con brillantes papelitos, y un águila de hojas secas. Durante los recreos, los niños se sentaban alrededor del jardín y compartían sus historias, cuidaban las plantas y conversaban sobre sus culturas.

Sin embargo, un día, un grupo de adultos llegó al lugar.

"¿Qué están haciendo?" preguntó uno de ellos con curiosidad.

"Estamos construyendo un jardín donde contamos nuestras historias y aprendemos sobre nuestras culturas", respondió Eliana.

El adulto sonrió al ver la creatividad de los niños.

"Estoy impresionado. Pero, ¿sabían que hay un concurso para el mejor jardín escolar en la zona?"

Los niños se miraron emocionados.

"¡Podemos participar!" gritó Ana.

"Sí, y podemos invitar a más amigos para aprender sobre otras culturas", añadió José.

Así que pasaron días hablando con otros niños de la escuela y compartiendo la idea del jardín. Con el apoyo de todos, decoraron el jardín aún más y cada niño aportó algo de su cultura. Cuando llegó el día de la competencia, el jardín era una explosión de colores, historias y cultura.

El jurado, compuesto por miembros del pueblo, quedó asombrado.

"Esto es más que un jardín, es un verdadero símbolo de unidad y diversidad", dijo uno de los jurados.

Finalmente, el jardín de Carlos y sus amigos ganó el primer lugar, y todos se abrazaron emocionados.

"¡Lo logramos!" exclamó Diego.

"Esto es solo el comienzo", agregó Carlos.

El jardín no solo se convirtió en un espacio para compartir historias, sino también en un lugar donde los niños aprendieron a valorar sus diferencias y a unirse como comunidad.

Desde entonces, el jardín fue un lugar sagrado para los niños, donde cada planta simbolizaba un hilo en el tejido de sus vidas, un recordatorio de que, aunque eran diferentes, juntos eran más fuertes.

Y así, los días en Chiapas se llenaron de historias, risas y un jardín que florecía como la amistad entre los pequeños soñadores que lo cuidaban con amor.

Cada vez que jugaban, recordaban no sólo sus historias, sino también lo linda que era la diversidad, el respeto y la amistad.

FIN.

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