El Jardín de los Sueños Amables



En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, vivía una niña llamada Clara. Clara era conocida por su gran sonrisa y su dulce forma de hablar. A diario, iba al colegio y siempre intentaba ayudar a quienes la rodeaban. En su clase había un niño nuevo, Leo, que era muy tímido y no tenía muchos amigos. Clara lo notó y decidió ser su amiga.

- “Hola, Leo. ¿Te gustaría jugar conmigo durante el recreo? ” - le preguntó Clara.

A Leo le brillaron los ojos, pero se quedó callado. Clara, sin desanimarse, continuó visitándolo en el patio.

Cierta mañana, mientras el sol brillaba intensamente, Clara vio a Leo sentado solo al pie de un árbol.

- “¿Por qué no te unes a nosotros, Leo? ” - lo animó Clara.

- “No sé... no soy muy bueno jugando al fútbol” - respondió Leo, bajando la mirada.

- “No importa. Podemos jugar a otra cosa, como a la rayuela o a la escondida” - le sonrió Clara.

Finalmente, Leo aceptó y juntos comenzaron a jugar. Con el tiempo, Leo se fue sintiendo más cómodo y comenzó a sonreír.

Un día, Clara tuvo la idea de crear un jardín en la escuela donde todos pudieran plantar flores. Ella pensaba que sería un lugar bonito para que todos los chicos se reunieran, pero especialmente para hacer sentir a Leo como parte del grupo.

- “¿Leo, te gustaría ayudarme a plantar flores en el jardín? ” - le preguntó emocionada.

- “¿Yo? Claro, ¡me encantaría! ” - contestó Leo, con una chispa de alegría en sus ojos.

Juntos empezaron a preparar el terreno, a cavar agujeros y elegir las semillas. Poco a poco, Leo empezó a sentirse más seguro y a compartir sus ideas sobre los colores y los tipos de flores. En el proceso, otros compañeros se unieron, y el jardín se volvió un hermoso lugar lleno de vida.

Un día, mientras trabajaban en el jardín, Clara vio que una compañera, Ana, estaba triste porque había olvidado su almuerzo.

- “Podemos compartir mi comida, Ana. ¡Ven! ” - la invitó Clara.

- “No quiero molestar...” - dijo Ana, sintiéndose avergonzada.

- “No molestas. Además, siempre es mejor comer juntos” - insistió Clara, quien partió su sándwich en dos para compartir con Ana.

A medida que el tiempo pasaba, el jardín se volvió un símbolo de amistad y amabilidad en la escuela. Los chicos aprendieron a valorar no solo las flores que cultivaban, sino también los lazos que formaban entre ellos. Sin embargo, no todo sería fácil. Un día, en medio de la alegría del jardín, un fuerte viento trajo consigo nubes oscuras y una tormenta inesperada.

Las lluvias arruinaron la mayor parte del trabajo que habían hecho y todos se sintieron muy tristes.

- “¿Qué haremos ahora? ” - preguntó Leo, con la voz entrecortada.

Clara, al ver la desilusión de su amigo y sus compañeros, les sonrió.

- “No podemos rendirnos. El jardín aún tiene esperanza. Vamos a trabajar juntos para repararlo” - los animó Clara.

Todos estuvieron de acuerdo, así que, bajo el sol rebrillante después de la tormenta, comenzaron a volver a plantar y a reponer las flores que habían perdido. Cada uno aportó su esfuerzo, sus risas y su amabilidad.

Con el trabajo en equipo, el jardín no solo floreció nuevamente, sino que también se convirtió en un espacio donde todos aprendieron el poder de la amabilidad, el apoyo y la amistad. El jardín de los sueños amables se volvió un lugar donde **cada niño** se sentía valorado. Y lo más bonito de todo, no solo creció un hermoso jardín, sino también un grupo de amigos inseparables, que entendieron que la amabilidad es lo que hace brillar el corazón.

Así, Clara y Leo, siempre recordarán que la verdadera belleza está en ser amables y en hacer feliz a los demás, cultivando no solo flores, sino también sueños en su jardín especial.

FIN.

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